Si había algo que a Gaia le encantaba era la mermelada de
damasco. El deleite de la niña comenzaba con la entretención al recoger la
fruta madura de los árboles en la parcela; la Madre tierra era generosa con damascos
que parecían cada vez más grandes y más dulces.
La diversión de la niña continuaba cuando ayudaba a su madre
a hacer la mermelada, la cual era colocada en los potes de vidrio y guardada en
las repisas de la cocina para tener una reserva durante todo el año y poder regalarla
a los vecinos y amigos que a veces los
venían a visitar.
Si dependiese del gusto de Gaia, ella comería mermelada de
damasco todos los días y en todos los horarios. Muchas veces ella cogía una
cuchara y comenzaba a devorar el contenido con un placer que se reflejaba en su
rostro.
-
Gaia, mi amor, estás comiendo demasiada
mermelada y eso no te hace bien. Además, comes antes del almuerzo y después
dices que no estás con hambre y no quieres comerte la comida – Le dijo la madre
al ver que la chica había terminado un nuevo pote y estaba subiéndose en una
sillita para alcanzar uno lleno– Es el último de la semana ¿Estamos de acuerdo?
-
¡Claro que sí mamá!
Al día siguiente por la tarde, el dulce de damasco se había
acabado en aquel pote y Gaia fue a buscar uno lleno, cuando se dio cuenta de que
su madre los había cambiado de lugar; por lo tanto, ella tendría que pedírselo.
-
Mamá, sé que dijiste que era el último de la
semana, lo que pasa es que se acabó porque Inti lo cogió y se lo dio a la
perrita – Dijo Gaia sin mirarla a los ojos, pues no estaba diciendo la verdad
-
No- dijo María enfática
-
¡Mamá! … lo que pasa es que…
-
¡No!
-
¡Lo que pasa es que tú no me quieres! ¡Sólo te
gusta Inti! – dijo la niña llorando y luego salió corriendo
María, con mucha sabiduría, dejó que Gaia se calmara para después
poder conversar y compartir con ella una nueva enseñanza, las cuales llevaría
para toda la vida.
Por su parte, la niña sabía que estaba equivocada; estaba consciente
de que había cometido un error y dicho cosas de las que estaba arrepentida. Al
poco tiempo, ya estaba buscando a la madre para poder pedirle disculpas y lista
para escuchar una nueva lección.
-
Mamá, discúlpame, sé que no debería haberte
hablado de esa forma.
-
Qué bueno hija que seas capaz de reconocer tu
error, esa es una gran virtud, siéntate aquí un poco pequeña – la invitó la
madre aprovechando la sombra de un gran árbol.
-
Hijita te voy a contar una historia: Un día una
pareja tuvo un único hijo el cuál se había convertido en el centro de la vida
de ambos, pero no de forma positiva y natural, pues para ellos el pequeño debía
siempre tener todo lo que deseaba y querían evitarle todo el tiempo cualquier
forma de sufrimientos y restricciones; la forma de ellos demostrarle amor al
pequeño era no contradecirlo en nada y darle absolutamente todo lo que él
quería.
Los padres no podían ni imaginar en ver a
su hijo llorar, lo que era de conocimiento del pequeño quien lo utilizaba el
tiempo entero a su favor.
El niño fue creciendo y convenciéndose de
que todo debía ser cómo y cuando él quería, transformándose en un pequeño mal
criado y llorón. Al niño no le faltaba amor, sin embargo, le era necesario algo
fundamental: aprender a oír no y a tener límites.
Pero el tiempo hizo llegar naturalmente el
momento de este aprendizaje, pues el pequeño tuvo que ir al colegio y todo aquello
que los padres trataron de evitarle de sufrimiento haciendo siempre lo que el
niño quería, ahora lo sufría en doble, pues en la escuela había reglas, límites
y otros chicos con los cuales debía compartir. Desde que el pequeño llegaba a
la escuela hasta que lo venían a buscar para volver a casa, el chico lloraba y
hacía pataletas, pues nada era como él quería.
En menos de una semana, los padres del niño
fueron llamados al colegio, pues la profesora se daba cuenta de que era
necesario un gran cambio por parte de los padres para poder ayudar a que el
pequeño comenzase a ser menos egoísta y egocéntrico.
-
¿Qué significa egocéntrico mamá? – Preguntó Gaia.
-
Es una persona que cree que todo gira a su
alrededor; es alguien que no es capaz de mirar al otro, pues está demasiado
ocupado cuidando de sí mismo.
-
¿Qué le pasó a ese niño mamá?
-
Durante algunas semanas sufrió bastante, pues
comenzó a darse cuenta que sus padres tenían una actitud diferente; varias veces
llorando reclamó que ya no lo amaban más, pues ahora le decían
que no, le colocaban límites, horarios y etc. Los padres se daban cuenta de que
se habían equivocado durante años en la educación del pequeño. Quien más estaba
sufriendo con todo esto no era el niño y sí los padres.
Gaia- Dijo la madre - nosotros no queremos cometer el mismo error
que los padres de ese niño; debes entender que el no y los límites hacen parte
de la vida. La Madre Tierra nos coloca límites pues ella tiene límites; muchas veces
tenemos que saber escuchar los no que la naturaleza nos susurra. No es por falta de amor hija mía y sí todo lo
contrario.
La niña no dijo nada, sin embargo, su mirada revelaba que
había entendido la lección.
-
Pequeña, sólo quiero decirte una cosa: El niño
de la historia, en realidad era una niña y su nombre es María.
-
¿Es tu historia mamá?
-
Sí hija. Ni tu padre ni yo queremos cometer el
error que mis padres cometieron.
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