Sigfrido fue corriendo a su habitación seguido por su madre
que nunca lo había visto así. A veces las madres tienen una sabiduría propia y
ese era uno de esos momentos, pues ella no dijo nada, simplemente le dio cariño
y lo dejó llorar.
Su padre también, sabiamente, espero a que el chico se tranquilizase
un poco para poder conversar y cuando escuchó que él ya estaba más tranquilo
subió a la habitación de su hijo. Fue él quien comenzó a hablar:
-
Hijo, entiendo muy bien por lo que estás
pasando, pues cuando era niño pasé por la misma cosa. Era demasiado tímido y me
encontraba muy feo, tenía las orejas de abanico y no quería que los otros
chicos se burlasen de mí; entonces la forma que tuve de defenderme fue siendo
arrogante y haciéndole creer a todos que no los necesitaba, que yo era superior
a ellos, que yo era el mejor.
Les hacía creer que no quería jugar al
fútbol con ellos, que era un deporte de ignorantes, que era una pérdida de
tiempo correr atrás de una pelota; pero la verdad era que tenía miedo de que no
me dejaran jugar o que se riesen de mí.
-
Yo siento lo mismo papá – Dijo el chico
pareciendo más aliviado.
A veces nuestros dolores se sienten más suaves cuando sabemos que otras
personas ya pasaron por la misma situación; parecía que el corazón de Sigfrido estaba
mucho más liviano.
-
Los chicos me detestaban – continuó el papá- me encontraban pedante, un pesado; ninguno de
mis compañeros quería ni siquiera sentarse conmigo a la hora de la colación; estaba
sufriendo mucho con todo eso hasta el momento en que no quise ir más al
colegio; mi mamá fue a hablar con la directora, dispuesta a cambiarme de escuela y creyendo que
yo estaba siendo maltratado injustamente por mis compañeros, lo que no era
verdad.
Mi mamá no encontró a la directora y la
secretaria le dijo que buscaría a laguna de las profesoras para que la pudiesen
orientar y fue en ese momento que todo comenzó a mejorar pues la señorita
Marta, que era la profesora de artes dijo que iría a mi casa para conversar conmigo
pues hacía tiempo que estaba observando la situación y estaba muy preocupada.
Aquella profesora era un verdadero ángel
por dentro y por fuera; su belleza sólo no era mayor que su corazón y simpatía.
Cuando la vi entrar en mi habitación creí que estaba soñando ¿Por qué ella se
preocuparía conmigo? ¿Ella sabía que yo existía? Me recuerdo bien que en aquel
día ella sólo salió de mi casa cuando empezó a anochecer y conversamos
muchísimo sobre todo e hicimos un acuerdo: A partir del día siguiente yo sería
realmente como yo era y dejaría de tener miedo, pues siempre que necesitase
ella estaría en la escuela, cerca de mí para poder ayudarme.
-
¿ Es como si fuese mi súper mejor amiga,
profesora? Le pregunté un poco con vergüenza
-
¡Claro que sí! Cualquier cosa que pase tú me lo
cuentas.
Ese día casi no dormí de tanta
felicidad- Continuaba recordando emocionado el papá de Sigfrido. Al día
siguiente, cuando llegué, vi que la profesora Marta estaba en la sala hablando
con algunos de los alumnos, parecía que estaban conversando sobre mí, pues
cuando me vieron disimularon un poco; la profesora se acercó y me dijo que
estaba todo bien, que todos se comportarían de forma natural conmigo y que era
el momento de demostrar quien realmente yo era. Y fue así que yo lo hice.
Ninguno de los chicos nunca me
recordó lo pesado que yo era, ellos me dieron la oportunidad de ser diferente; lógico
que todo se lo debo a la profesora Marta que me apoyó , me dio seguridad y
orientó a los otros chicos. Ella fue tan importante en nuestra vida que fue
madrina de casamiento – Dijo mientras le mostraba una foto.
Estaban conversando todo esto
cuando de repente tocó el timbre y la mamá de Sigfrido bajó para ver quién era.
Se trataba, por coincidencia de una de las profesoras del pequeño.
-
Buenas tardes profesora ¿En qué puedo ayudarla? –
preguntó la madre curiosa
-
Discúlpeme que venga un domingo por la tarde, lo
que pasa es que vine al cumpleaños de Rodrigo que es su vecino y compañero de
curso de Sigfrido y el único niño que no está en la fiesta es él. Le pregunté a los otros chicos si pasaba
alguna cosa y ellos me contaron la historia, entonces me tomé la libertad de
venir a pedirle si puedo conversar con él y podemos juntos comenzar a buscar
una solución para que su convivencia de él en la sala de clase pueda mejorar.
-
¡Profesora, esto parece un milagro! ¡Usted es
como un ángel que cayó del cielo! ¡ Entre, entre! Dijo la mamá muy emocionada
Ellas subieron al cuarto del
chico y él puso una cara de espanto cuando vio a la profesora. Era como si la
historia de su padre se estuviese repitiendo y él estaba viendo una chance de
que las cosas pudiesen ser diferentes.
Los padres de Sigfrido no dijeron
nada, ellos se miraron y entendieron que era mejor dejar que la profesora y su
hijo conversasen. Tal vez ahora, el hecho del pequeño saber que su padre lo
entendía, le traería la posibilidad de conversar más sobre lo que sentía. A
partir de ese día todo comenzaría a ser diferente.
Otro día nos encontramos de nuevo
para ver cómo andan las cosas