segunda-feira, 16 de março de 2015

Andresa, la niña gentileza

Desde muy pequeña ella siempre era igual. Probablemente había aprendido con su madre, su padre y sus hermanos; pero ella era un poco diferente, pues su rostro, su mirada, su sonrisa, sus gestos y absolutamente todo revelaba una amabilidad y generosidad absoluta e impresionante.
Lógico que todos amaban a esta niña y la fama de su bondad se hacía más conocida a cada día por todas las personas de las redondezas. Las personas querían verla, conocerla y estar cerca de ella, pues era muy especial y hacía parecer que todo a su alrededor se cubría con una infinita dulzura todo el tiempo.
Andresa era una chica normal, como todas las niñas de sus edad. Cuando ella despertaba, el primer destinatario de su cariño y atención era su perro Dudú quien ya la esperaba desde muy temprano, ansioso esperando los abrazos y besos. Los siguientes cariños eran de sus padres y hermanos, quienes se sentían alimentados por el amor de la pequeñita.
Durante el día ofrecía su ayuda a todos, parecía un verdadero ángel y si, por ejemplo, su hermana Isabel le dijese que no era necesario que la ayudase a lavar la loza después del desayuno, ella le decía.
-          Está bien Isabel, pero me voy a quedar aquí haciéndote compañía – y la pequeña se sentaba contemplando a la hermana y diciéndole cómo ella era bonita y cuánto la amaba.
Después del desayuno la pequeña salía al patio de la casa y rápidamente Dudú se aproximaba. Era un bello jardín lleno de flores y árboles a los que sus padres y hermanos dedicaban mucho cuidado. La pequeña Andresa hablaba con cada una de las plantas y flores como si fuesen verdaderas personas a las que les preguntaba sobre cómo estaban,  cómo el día estaba bonito, sobre lo que había soñado en aquella noche y muchas otras cosas divertidas.
Nunca los papás tenían que pedirle que ella arreglase sus cosas, su cama, recogiese sus juguetes o hiciese sus tareas, pues la niña cumplía con todas sus obligaciones de forma impecable.
Parecía que en el barrio las personas esperaban que la pequeña Andresa saliese rumbo  a la escuela; si alguien estaba un poco triste o preocupado, estos sentimientos sólo duraban hasta escuchar la dulce voz de la niña
-          ¡Buenas días! Eran las palabras que junto con una mirada dulce, abrazos y besos repartía a todos los que encontraba
-          ¡Buenos días Andresa!¡Qué niña adorable! -  Era lo que todos decían y pensaban; parecía que con el pasar del tiempo más encantadora.
En el colegio no era diferente; ella era una niña que llamaba la atención por su ternura, tranquilidad, cuidado y amor con todos. Lo más interesante es que todo esto era natural en la pequeña, nada era forzado.
No imaginemos que la pequeña no tenía problemas o tristezas; como en la vida de todos los chicos, había cosas que le molestaban y a veces, principalmente cuando tenía un poco de sueño, se ponía de mal humor. Era divertido porque cuando sus hermanos o padres se daban cuenta de una pequeña irritación ya le decían:
-          Andresa, anda a dormir, estas muriendo de sueño y te estás poniendo mañosa –
-          Tienen razón – decía la pequeña, no sin antes pedir disculpas.
Lo lindo de esta historia es ver cómo el amor es una semilla que da frutos, pero no hay que esperarlos; debemos ser buenos, amables y gentiles simplemente porque nos llena el corazón de un sentimiento increíble.
Cómo todos los niños, Andresa adoraba el día de su cumpleaños. Le encantaba el momento en que sus padres y hermanos se sentaban alrededor de la mesa para comer la bella torta que la mamá había preparado, pero ella no se imaginaba que este año sería diferente.
Era un domingo en que la luz del sol que entraba por la ventana de la habitación de la pequeña le hizo abrir los ojos, sabiendo que este día tan especial había llegado. Salió corriendo de la habitación para buscar a Dudú, sin embargo le llamó la atención pues le pareció que todo estaba demasiado silencioso, demasiado tranquilo.
-          ¿Qué pasó Dudú? Dijo la chica con un poco de sorpresa   cuando vio a su mascota con una corbatita y un lindo sombrerito  y parecía que el perrito estaba especialmente feliz.
La pequeña Andresa entró en la casa buscando a su familia, pues, como todos los domingos y en especial en el día de su cumpleaños, irían a tomar desayuno juntos. Y ella buscaba, y llamaba y no encontraba nada ni a nadie y ni siquiera la mesa estaba preparada ¿Qué estará sucediendo? se preguntaba la pequeña, quien no estaba entendiendo absolutamente nada. Ella pensó que, tal vez, había dormido mucho y su familia decidió ir a la feria o al supermercado, entonces prefirió ir a tomar una ducha.
Como era un día especial, ella buscó entre sus vestidos el más lindo que encontró; era el mismo que su hermana había usado en su cumpleaños dos años atrás y que había sido confeccionado por la mamá.
Andresa se duchó, se peinó el pelo y pensó en ir a buscar unas flores al jardín para colocarlas como adorno; cuando se aproximaba empezó a sentirse con un poco de miedo pues había unos ruidos extraños. Llamó a Dudú, quien ya vino corriendo y juntos fueron lentamente hacia el patio.
Cuando la niña llegó a la puerta fue recibido con un grito muy fuerte:
-          ¡Sorpresa!

¡Qué cosa más linda! No era sólo la familia quien estaba en el patio, eran todos los amigos de Andresa. Los compañeros del colegio, los profesores, los vecinos, el cartero, el vendedor de la panadería, sus abuelos, sus tíos, sus primos y muchas personas que estaban realmente impresionados con la bondad de esta niña. Ellos habían preparado una deliciosa mesa para el desayuno en el patio de la casa, entre las flores y debajo de los árboles.
La niña estaba realmente feliz con lo que veía y no sólo ella, sino todos los que se habían reunido en esa maravillosa mañana de domingo.
-          Mamá  ¿Ustedes me prepararon esta sorpresa? – preguntó la pequeña

-          No Andresa, ellos simplemente comenzaron a llegar muy temprano por la mañana, trayéndote regalos y cosas para el desayuno. Todos ellos querían saludarte - respondió la mamá muy emocionada.

Andresa no conseguía tal vez comprender que las semillas de su gentileza habían dado este fruto, todos querían proporcionarle un día feliz como regalo de cumpleaños. Ella no sabía, pero había conquistado el corazón de las personas con su bondad.
Ese día sería realmente inolvidable, la pequeña agradeció y abrazó a todas las personas, quienes realmente estaban muy felices y satisfechas. Parecía que los saludos nunca iban a acabar, pues a cada momento llegaban más conocidos.
Desde ese momento Andresa tomo consciencia del bien que le había hecho a muchas personas y estaba dispuesta a continuar haciéndolo por toda la vida.

Los padres y hermanos de la niña estaban realmente muy orgullosos.
Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.

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