Un día, hace mucho, mucho, mucho tiempo iba
caminando con mi abuelo por el campo, estábamos decididos a pasar un día en un
lago próximo pescando. Habíamos planeado esto desde hacía días y habíamos hecho todos los preparativos; habíamos arreglado las cañas de pescar, preparado
los anzuelos, las carnadas y lógicamente que pensamos en la comida necesaria
para este día de pesquería.
Lo que más me gustaba de salir con mi abuelo
eran sus historias; nadie tenía relatos tan divertidos y electrizantes como él.
Guardo estos momentos muy frescos en la memoria y recuerdo con detalles cada
una de nuestras aventuras.
En el día en que fuimos a pescar, hicimos una caminata de una hora más o menos a través de un bellísimo bosque
de araucarias, del que recuerdo bien el olor de la tierra mojada y de los rayos del
sol que pasaban por entre aquellos gigantescos árboles.
Atravesando el bosque había un bellísimo lago que dejó viva en mi memoria la primera
impresión de un lugar tan grande, tan tranquilo, un verdadero
espejo en el que se reflejaban los árboles y las montañas imponenetes. Yo sabía que
preguntarle a mi abuelo sobre los espejos de agua era una provocación deliciosa
para más una historia.
- Abuelito – Le pregunté - ¿Por qué existen
los espejos de agua?
-¡Excelente pregunta! Siéntate a mi lado que
te voy a contar la historia- y una vez más quedaba admirado con la capacidad de
mi abuelo de saberlo todo, de conocer el origen de todo y explicarlo todo.
Me senté a su lado mientras cogía una de las
manzanas que habíamos traído y viendo la destreza con la que él colocaba las cañas
de pescar en el agua.
- Hace muchos, muchos, muchos años
en un reino muy, muy, muy distante existía un rey muy justo y querido por su
pueblo; su nombre era Pedro. Este rey siempre se preocupaba de que todas las
personas que vivían a su alrededor estuviesen felices y por eso, él era muy
amado y respetado.
Un cierto día, el rey salió a recorrer su
reino y al detenerse en una casa para pedir un poco de agua fresca, se encontró
con la doncella más linda que él nunca pudo imaginar. En aquel momento las
palabras se esfumaron de su boca y la doncella se dio cuenta de que el rey
había quedado paralizado, pero no sabía por qué.
Al ver al rey estupefacto,
boquiabierto, parado y casi sin respirar, le pareció divertido y le dio un
ataque de risa de aquellos. Rosa, ese era el nombre de la doncella, no sabía
que cuando ella se reía, parecía que toda la belleza del mundo se concentraba
sólo en ella.
El rey bajó del caballo y le preguntó el
nombre a la hermosa joven. Al saber el nombre el Pedro dijo
-
No podrían haber escogido un
nombre más lindo para una joven tan radiante- delante de esas palabras fue Rosa
la que quedó paralizada.
-
Condúzcame a su casa por favor
bella dama – le pidió el rey a la muchacha
-
¡ Claro que sí su majestad! –
respondió la joven, a lo que el rey respondió.
-
Pedro, mi nombre es Pedro- Y
delante de esas palabras la joven se sintió completamente sin reacción.
Al llegar a la casa de la joven , los padres de Rosa se vieron sorprendidos al ver al rey y no
entendieron mucho qué es lo que hacía el soberano en la casa de dos pobres
campesinos. El rey cortésmente les pidió permiso para poder
venir a visitarla, pues quería conocerla mejor, a lo que los padres de la joven no
colocaron impedimentos una vez que a la jovencita no le molestaba ni un poco la
idea.
En aquel día, algo
había sucedido, pues la bondad y el cariño del rey por su pueblo
había aumentado; se le notaba aún más feliz y todos los días se le veía
recorrer los campos y dirigirse en su caballo a la casa de los padres de Rosa para poder visitarla. Después de casi
un año repitiendo esta rutina, le pidió a los padres de la joven que fuesen a
una cena de gala en el palacio, pues deseaba pedir la mano de Rosa en
casamiento.
Después de la cena
de aquel día, cuando los padres y la joven aceptaron el pedido, el rey mandó
que las trompetas de la ciudad tocasen y las campanas de las iglesias llamasen
a toda la población a reunirse bajo la el balcón principal del palacio.
Rápidamente toda la
población del reino se reunió y escuchó con atención y mucha emoción el anuncio
de la boca del propio rey. Él se casaría dentro de un mes con Rosa, la más
hermosa joven del reino. Después de las palabras del monarca, comenzó una gran
fiesta llena de música y fuegos artificiales.
Rosa y Pedro
bajaron y se reunieron a toda la población bailando y divirtiéndose durante
toda la noche.
-
¿Y ellos se casaron abuelito? ¿y
dónde entra la parte de los espejos de agua? interrumpí yo, casi sin paciencia
para saber el final de la historia.
-
Calma hijo mío ¿ Parece que nació
de siete meses?- déjeme terminar entonces pues – dijo mi abuelo con aquella
sonrisa viva que le iba de oreja a oreja.
Después del día del
anuncio del casamiento, toda el pueblo comenzó los preparativos. No había mucho
tiempo y la ciudad, que ya era la más hermosa de la región, debía quedar aún más
deslumbrante para recibir a los invitados que vendrían de todas partes para el
que, con toda seguridad, sería el evento más importante del año.
A la semana
siguiente empezaron a llegar a través de las puertas del reino regalos provenientes
de todos los lugares del mundo, sin embargo el rey estaba seguro de una cosa,
su mejor obsequio era contar con el cariño y ver la felicidad de sus súbditos.
En una noche en que
Rosa y Pedro caminaban por los jardines del palacio conversando sobre los
preparativos de la boda, de repente, delante de sus ojos apareció un rayo de
luz que en un primer momento los cegó y que luego les causó bastante miedo
hasta que de pronto vieron aparecer la imagen de la mujer más dulce que jamás hubiesen
imaginado.
-
No tengan miedo, soy Rebeca, la embajadora del reino de las hadas y fui enviada a traer nuestro regalo de bodas.
El rey Pedro saludó con reverencia tan ilustre
visita y Rosa se inclinó ante ella respetuosamente
-
Síganme por favor, nuestro regalo
está en las afueras de los muros del palacio. Nosotras, las hadas, hemos
observado al rey Pedro desde muy joven y nos sentimos muy felices al ver que él
gobierna con prudencia, justicia, amor y compasión. Estamos muy complacidas al
ver que escogió a Rosa como la reina de su pueblo; es la mujer no sólo más
linda, sino también más pura y más sabia. – Todo esto era dicho por el hada
mientras caminaba a través del bosque seguido por el rey y Rosa quienes
escuchaban con atención.
-
Las hadas hemos decidido dejar
para ustedes el regalo más especial que hemos podido imaginar y que traerá
prosperidad para todo su pueblo y otros habitantes de la tierra.
En ese momento
llegaron a las márgenes de un hermoso lago de aguas muy agitadas, las cuales
nunca daban descanso y a las que por eso los pescadores nunca se aventuraban.
-
Desde ahora por la magia de las
hadas, lagos y lagunas del mundo entero se transformarán en espejos de agua
para que la princesa Rosa pueda reflejar su extraordinaria belleza y para que
su pueblo pueda pescar y así traer prosperidad para todos-
Y en ese mismo
momento sopló una brisa leve y tibia y las aguas se calmaron de tal forma que
las estrellas inmediatamente se reflejaron en aquel hermoso espejo, de
tal forma que hasta parecía que habían bajado hasta el lago. La hermosa figura
de la reina Rosa y el rey Pedro se reflejaban en las aguas casi inmóbiles.
Desde ese día todos
los habitantes del reino iban al lago para poder pescar y para poder
divertirse en las tardes calurosas. Cada
vez que ellos veían las tranquilas aguas hacían una oración agradeciendo por el
rey Pedro y la reina Rosa y por la justicia, amor y prudencia que habitaba en
sus corazones y que hacía que todos sus súbditos viviesen felices.
-
Te gustó la historia- me preguntó
mi abuelo esperando, como siempre mi respuesta afirmativa
-
¡Claro que sí abuelito! ¡Es la
mejor historia que jamás me has contado!
Y en aquel momento
nos dimos cuenta que en todas las cañas de pescar ya habían peces listos para
ser retirados de los anzuelos.
Y colorín colorado,
este cuento se ha acabado.
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