Arturo era dos años mayor que
Abigail; había sido él quien le había pedido a sus padres cuanto él quería tener
una hermanita y él había dejado bien claro que no quería un varón pues no
quería dividir sus autitos; él quería una hermana porque sería mucho más
divertido.
Y así, en la mañana de un domingo
de verano, llegó Abigail, la cual desde el primer día se transformó en Abi; fue
una verdadera fiesta para todos en la familia ya que la niña era muy esperada
por todos. Arturo ni pensó en tener celos seguro de que en la familia había
amor suficiente para mucho más que dos hijos, pero, para empezar una hermana
estaba de buen tamaño.
Arturo se transformó en el
guardián de Abi desde el primer segundo. Era el que, aparentemente, más se
preocupaba y el que, por lo menos en los primeros día, no salía del lado de la
cuna y no dejaba que las personas que venían a visitarla se acercasen
demasiado.
Los días de cuna fueron pasando,
las noches de pañales fueron acabando, las primeras palabras de Abi fueron
apareciendo y lógico, que fueron dedicadas al hermano; como Arturo era muy
largo y complicado para la pequeña se transformó en Tuto, no sólo para la
pequeñita sino que para toda la familia.
Y el tiempo fue pasando y ellos
continuaron creciendo, siempre muy unidos y con todo el amor que había
disponible en el mundo. Desde pequeños sus padres les enseñaron que una de las
pocas cosas que tendrían siempre en la vida era poder contar el uno con el otro
y ellos estaban seguros de que juntos, unidos, eran casi invencibles.
Desde que Abi aprendió a caminar
no era necesario preguntarle a Arturo dónde estaba su hermana, pues desde la
hora en que despertaban y hasta cuando
se dormían siempre lo hacían juntos. Así también era cuando tenían que ayudar a
los padres en las tareas domésticas, pues desde pequeños ellos habían sido
preparados a ayudar en pequeñas cosas. Era muy bonito ver que el mayor guardaba
los platos y las tazas mientras la pequeñita secaba todo de pie sobre una silla.
De esa manera, llena de alegría fue pasando la vida de los pequeños.
Uno de los momentos más tristes
de esta dupla fue, tal vez, cuando Tuto tuvo que ir por primera vez al colegio y Abi era demasiado
pequeña para acompañarlo. No era sólo uno, sino los dos los que no paraban de sollozar.
Fueron por lo menos dos semanas en los que no había caso de parar con la
gritaría y mares de lágrimas, pero no había cosa más linda que ver como ellos se abrazaban cuando volvían a verse.
Parecía que el mundo paraba en el amor que los dos se entregaban.
La solución para el problema de
Arturo y Abi llegó después de mucha conversación y cuando el papá les explicó
que nunca los corazones de ambos estarían separados, pues la sangre que corría
por las venas era la misma. Los niños escucharon con mucha atención cuando su
padre les explicaba que aunque en un determinado momento de la vida ellos
pudiesen estar en lugares diferentes, haciendo cosas diferentes pues eran diferentes
y tenían gustos diversos, eso jamás lograría separarlos, pues la distancia
nunca sería tan grande como el amor de ambos. Desde el día de esa conversa era
posible a veces que los hermanitos se separasen, pero sólo por algunas horas y
pocos sabían del secreto: en un lugar, escondidito en la mochila de ambos había
una foto de la familia que siempre que ellos estaban tristes, de forma muy
discreta, echaban una miradita y le entregaban un beso con al punta de los
dedos.
Uno de los días más felices de
Abi y Arturo fue el día en el que ambos fueron juntos al colegio. Quien le
colocó el uniforme a su hermana fue, lógicamente Arturo, quien se comprometió a
protegerla todo el tiempo y le advertiría sobre todos los peligros de la
escuela. Realmente eran dos niños muy hermosos por dentro y por fuera; siempre
saludables y sonrientes. Sin duda alguna el amor de sus padres había dado frutos
grandes y abundantes.
Arturo y Abi fueron creciendo,
como todos los niños normales, pasando por desafíos, por momentos difíciles,
pero siempre juntos. Nadie en la escuela se olvida del día en que Abi, siempre
tan activa, se cayó en el patio mientras corría atrás de sus amigos y el golpe
fue muy fuerte y quedó con las rodillas en carne viva; sin embargo el golpe no
fue tan grande como el grito que ella dio. Mucho más rápido que cualquier
profesor para ayudarla, Arturo ya estaba a su lado calmándola y llamándole la
atención pues ya varias veces le había advertido que debía tener cuidado y que
eso podría suceder. El hermano mayor no salió del lado de su protegida mientras
ella no se calmó y empezó a caminar y a reír nuevamente.
Como ustedes se imaginarán, con
el pasar de los años el pequeño Arturo ya no era tan pequeñito y se había
transformado en un apuesto jovencito, sin embargo, su encanto más grande y el que
dejaba a todas las chicas locas era su simpatía, su educación y su
caballerosidad a toda prueba. L a estrategia de las compañeras de curso era
acercarse a Abi, su hermana, pues era la única forma de conquistar el corazón
de este príncipe de los tiempos modernos.
Pero Abi no era tonta y sabía de
las intenciones de todas. Sin embargo había una de las chicas, tal vez la que
estuviese menos interesada en su hermano y la que ella había escogido como la
única que podría tener una oportunidad en el corazón no sólo del joven y sí de
la familia. Se trataba de Anita, una bellísima niña con largos cabellos negros
y muy ondulados, los que servían como marco
de unos hermosos ojos azules que coronaban aquel rostro delicado, casi
angelical; sin embargo no era esa la belleza más importante, sino un corazón de
oro y una gentileza irreprochable.
Fueron varias las veces en las
que Abi trató de programar encuentros entre Anita y su hermano y no fueron
pocas las noches en que por horas y horas se quedó hablándole a Arturo sobre todos los atributos de la chica
de su clase. No vamos a decir que la amiga le era indiferente, sin embargo, él
tenía un gran secreto que también era un gran problema: era demasiado tímido.
Todo cambió en el día en el que Arturo le confesó esto a su hermanita. Enseguida
escucho las palabras que él tanto temía.
-
No te preocupes de nada ¡Yo lo resuelvo todo!
Y así fue, nadie sabe cómo, pero
desde ese día Anita empezó a ir junto con ellos para el colegio y después de un
par de semanas y ya conociéndose mejor, Arturo decidió contarle a sus padres de
que quería que lo acompañasen a la casa de los papás de Anita para solicitar
permiso para poder ser su novio. Al saber de todo esto, parecía que Abi había
conquistado una medalla olímpica.
Fue pasando el tiempo, fueron
pasando los años y no fueron pocas las aventuras de estos hermanitos y no
faltarán oportunidades para contar unas o otras. Lo que sabemos es que Arturo
cumplió su promesa: cuidó, guió y orientó a su hermana todo el día y todos los
días. Abi es como si también fuese el ángel de la guarda de su hermano; siempre
tan preocupada de su bienestar.
Arturo va hoy a su primer día de
clase de la enseñanza media, mientras que Abi está en el sexto. No podemos
decir que ellos continúan iguales pues el amor de ellos ha aumentado a cada día.
Nunca se vio por aquí a dos niños que se amasen tanto.
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