Todo comenzó el día en el que Josefa, la más flaca de todas
las gallinas de la granja sintió que uno de sus huevos sería un pollito
especial. Ella no sabía por qué; era un presentimiento de mamá primeriza pues era
su primera camada.
Todas las otras gallinas se reían de la forma en que Josefa
se preocupaba del hijito que estaba por llegar; ella no salía de cerca del
huevo ni por nada del mundo y si ya no era la más corpulenta antes de empezar a
empollar a cada día que pasaba era solo plumas y huesos.
Finalmente llegó el día en el que uno de los huevos que
estaba empollando se empezó a mover y al darse cuenta de esto, Josefa se
levantó y empezó a cacarear como una loca, lo que no fue muy bienvenido en el
gallinero a las dos de la mañana.
Y ella cacareaba y el huevo se empezaba a quebrar mientras
empezaba a aparecer un pollito que, como todos los recién nacidos, no era tan
lindo que digamos; sacó la cabeza del huevo, miró a su madre quien estaba con
las manos en el pico, catatónica y cuando sus miradas se cruzaron el pequeño gallináceo
dijo lo que cualquier otro pollito habría dicho:
-
Pio –
Su madre pensó que era un verdadero genio, un iluminado,
alguien que estaba predestinado a cambiar los rumbos de la humanidad y le
pareció que todos los esfuerzos que había hecho hasta ahora habían valido la
pena. Amiguitos, les voy a contar un secreto: Todas las madres del mundo
piensan lo mismo de sus hijos.
El pollito terminó de quebrar el huevo y tambaleando se
aproximo a su madre, se acurrucó junto a ella y así durmieron el restante de la
noche hasta que el gallo jefe de la granja, cumpliendo su misión, cantó
aproximadamente a las seis de la mañana. Lo único que Josefa quería era
desfilar por todo el gallinero con su pequeño heredero.
Ella lo miró mientras aun dormía para poder definir cuál
sería su nombre; ella ya había pensado en varios, como por ejemplo Bon Jovi,
pues le gustaba mucho ese cantante y lo encontraba muy apuesto, o tal vez
podría ser Tom Cruise como el actor, o Cristiano Ronaldo como el jugador de
futbol; lógico que todos estos nombres eran perfectos para un pollito. Sin
embargo se le vino a la mente una fotografía que había visto una vez en una
revista que alguien había olvidado a la salida del gallinero. Era la cosa más
linda que ella ya había visto, la foto de la playa de Rio de Janeiro, donde en
el horizonte se juntaban el mar y el cielo. Eso le parecía impresionante, como
el azul de uno se confundía con el azul del otro y entonces pensó que ese sería
el mejor nombre para su pequeño: Mar cielo… Marcelo.
Despertó al pequeño con cariño y lo ayudó a ponerse de pie;
luego se puso a caminar y el pollito la seguía atrás.
-
Ven Marcelito – decía la madre orgullosa y muy
alto para que todas pudiesen oír y el pequeño la seguía muy altanero, feliz con
el magnífico nombre con el que había sido bautizado.
Marcelito se hizo amigo de los otros pollitos de la granja y
juntos aprendieron todas las cosas que deberían aprender: a buscar gusanitos, a
seguir a sus mamás y etc. En nada se diferenciaba el pequeño de los otros de su
especie hasta que un día, en el que les tocaba una vacuna a todos los polluelos, el
veterinario tuvo la idea de probar un nuevo producto justo en nuestro amiguito.
No se sabe bien qué es lo que era, aparentemente un experimento genético que él
estaba haciendo en el laboratorio de su universidad.
Después de la vacuna, Marcelito no tuvo ninguna reacción, se
sintió igual que todos y siguió un vida normal, continuó jugando, creciendo e
inventando travesuras como todos los pollitos de su edad.
Pasaron los años y nuestro amiguito a cada día estaba más
grande y más fuerte, para orgullo de Josefa, su mamá. Ya estaban en la época de
frecuentar la escuela de pollitos y a Marcelito le encantaba tener clases de
educación física y de artes. Otra cosa que a él le encantaban eran los paseos.
En uno de esos paseos fue que la historia de nuestro amigo
gallináceo comenzó a cambiar. Era una clase de ciencias naturales en que todos
los alumnos habían ido al bosque para poder hacer observación de las otras
especies.
Todo corría muy tranquilo hasta la hora de la merienda en la que todos se sentaron cerca de un río. La profesora les llamó la atención
para el hecho de que en esa época del año el rió llevaba mucha corriente y no
era prudente entrar, pues con las lluvias había muchas ramas y troncos que
dificultaban entrar y salir. Lógicamente, no podía ser de otra forma y cuando todos
estaban comiendo de repente se
escucharon unos gritos:
-
¡Auxilio! ¡Alguien que me ayude! ¡Socorro!
Todos corrieron para ver y se depararon con que Isabela, la
cual se había encaramado en un tronco para ver el río, se había resbalado y caído
al agua. La corriente ya la había arrastrado unos cuantos metros pero había
conseguido agarrarse en unas ramas que estaban a su paso, sin embargo ya había
tomado mucha agua y no le quedaban muchas fuerzas.
Nadie sabe cómo ni porque, Marcelito corrió más rápido que
todos, y gritándole a Isabela para que se sujetase fuerte, levanto desde la raíz
el árbol en el que estaba la rama en la que la pollita se estaba sujetando.
Todo fue muy rápido, nadie podía creer lo que veía, pues el árbol que el
pollito había levantado pesaba fácilmente más de 100 kilos.
Misión cumplida, la pollita había sido sacada del agua y ya
estaba secándose con unas toallas y tomando un poco de sopa caliente que una de
las profesoras había llevado. En el instante en el que Isabela ya se había
repuesto un poco fue hasta Marcelito para agradecerle y tratar de entender cómo
lo había hecho
-
No sé - respondió el pollito bastante asustado.
Durante todo el camino de regreso hasta la escuela nadie
hablaba a viva voz sobre el asunto, sin embargo todos cuchucheaban sobre la
fuerza extraordinaria del pequeño pollito.
Cuando llegó a su casa, rápidamente le contó a Josefa todo
lo que había sucedido y ella inmediatamente lo llevó al bosque para que
conversasen con el búho, que era el más sabio de todos los animales.
-
¿Qué te trae por aquí Josefa? ¿Hace tiempo que
no te veía?
-
¿Ustedes se conocen mamá? Preguntó Marcelito , a
lo que la gallina no respondió.
-
Quiero que conozcas a mi hijo, búho, él es muy
especial.
-
Déjamelo un par de días y te diré qué tan
especial es – Dijo el búho mientras ejercitaba unas posiciones de Karate.
-
Así lo haré- dijo Josefa- Marcelito quédate bajo
la responsabilidad del maestro búho y has todo lo que él te ordene. Dentro de
dos días volveré a buscarte.
-
Sí mamá, te esperaré ansioso - dijo mientras le
daba un fuerte abrazo y un beso.
Y es de esta forma en que se inicia el entrenamiento de
nuestro amigo Marcelito, el super pollito.
Nada de colorín colorado, pues este cuento está apenas
comenzando.
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