Tal vez sea porque el propio nombre ya era imponente y hacía referencia a un héroe de la literatura
germánica, o porque sus padres siempre lo elogiaban
mucho por todo o quizás
realmente él hacía las cosas bien y con bastante dedicación; el caso es que a Sigfrido le faltaba un
poquito de humildad y a veces le sobraba arrogancia y se creía mucho.
-
Es que le hace falta un hermanito para que
aprenda a compartir y a respetar las opiniones de los otros- le decía su mamá
al papá cuando se daban cuenta que esa forma de ser de Sigfrido le podría traer
sufrimiento y el rechazo de los compañeros.
-
La vida le va a enseñar – respondía el papá – Yo
también era así cuando chico.
El caso es que en la escuela., por ejemplo, siempre Sigfrido era el chico que llevaba los
mejores juguetes y no dejaba que ninguno de los compañeros jugase, ni él quería
jugar con los entretenimientos de los otros; entonces, desde muy pequeño, la profesora
se daba cuenta que en esos días, el se quedaba sólo, él y su juguete. La única manera
en que él jugaba con todos los demás y participaba de las actividades era
cuando la profesora lo mandaba, pues Sigfrido era también el niño más obediente
de la sala,
El niño siempre se preocupaba de decir y demostrar que sus
materiales de escuela eran los mejores; los lápices más lindos, con los colores
más brillantes, las tijeras que mejor cortaban, el saca punta que dejaba los
lápices más filudos y les contaba estas cosas a todos los compañeros, hasta a
aquellos que no estaban ni un poco interesados en saberlo.
Muchas veces hacía
que los otros chicos se pusiesen tristes y se hasta llorasen, pues les decía
que las cosas que ellos poseían eran feas, o estaban viejas o quebradas. Los
chicos más humildes de la sala eran las principales víctimas del pequeño que a
veces se comportaba de una forma bastante cruel
Muchas veces el chico también decía algunas mentirillas, con
el objetivo de siempre aparecer siendo el mejor, el que tenía la casa más
grande, más bonitas; el papá que ganaba más dinero y muchas otras cosas que
sólo lo hacían parecer cada vez más antipático.
Los padres se daban
cuenta de todo esto pues los compañeros de curso vivían muy cerca y cuando los
chicos volvían del colegio ellos se encontraban en la calle para jugar, algunos
incluso venían de lugares un poco más distante y el único que no salía a jugar
era Sigfrido.
-
Sigfrido, hijo mío ¿Porque no salimos a la calle
a jugar un poco con los otros chicos? Le preguntó su madre en cierta ocasión.
-
¡ No mamá, ellos no nos merecen! Además tenemos
un montón de cosas importantes que hacer, no como ese bando de desocupados que
anda corriendo atrás de una pelota – Respondió el chico lleno de un aire de
superioridad.
A su madre no le gustó nada la respuesta de su hijo, pero no
hizo nada al respecto y ni siquiera lo cuestionó. Decidió que iba a comentarlo
con el padre del chico cuando este llegase del trabajo. Como se dio cuenta de
que llegó muy cansado, no quiso incomodarlo pues le pareció que no tenía importancia;
era mejor dejarlo para el día siguiente. Al día siguiente se le olvido y cuando
se acordó, algunos días después le pareció que ya no tenía más sentido
preocuparse con eso
Sigfrido no era ni un poco tonto y él sabía que, en el
fondo, comportarse así era la forma de de defenderse, de mostrarse fuerte, pues la
verdad es que era muy tímido y tenía mucho miedo de que los otros chicos no lo aceptasen;
entonces el decidía mostrarse arrogante, creído, pesado y era como si fuese una
caparazón que lo protegería. En el fondo Sigfrido estaba sufriendo mucho con
esta situación y quería que las cosas fuesen diferentes, pero no sabía cómo.
El chico no revelaba a sus papás lo que le pasaba, pues
tenía vergüenza y principalmente no quería decepcionar a su padre, quien siempre
le había dicho que los hombres no lloran, que los hombres tienen que ser
fuertes y todas esas cosas que los papás le dicen a sus hijos sin pensar,
quizás, en el sufrimiento que les causan.
Más tarde o más temprano, en algún momento las cosas llegan
a un punto en el que no dan más y esto pasó en la vida de Sigfrido un domingo
por la tarde, que podría a ver sido como cualquier otro fin de semana en
familia. Sus padres decidieron lavar el auto y arreglar la parte de adelante de
la casa; a la mamá del pequeño le encantaban las flores y las plantas y había
decidido que dedicaría el día a mejorar el visual de la entrada de la casa.
Para esto contaría con la ayuda de su marido y su hijo; después era la hora de
lavar el auto, actividad que siempre realizaban en familia.
Estaban súper animados en estas tareas cuando se dieron
cuenta que los compañeros de curso de Sigfrido estaban llegando a la casa de
uno de los vecinos. Por lo que parecía era una fiesta de cumpleaños, pues todos
llegaban muy bien arreglados y con regalos.
-
Sigfrido ¿Tú no vas a la fiesta? ¿Vas a ser
maleducado y simplemente porque te sientes superior a los otros no irás a la
fiesta de cumpleaños de nuestro propio vecino? Y lo peor de todo ¿Por qué no
nos habías dicho nada? Ni siquiera compramos un regalo dijo la mamá dejando
claro que estaba muy enojada con su hijo.
-
Es que no fui invitado mamá – Dijo el chico que
mal conseguía hablar pues se puso a llorar y se fue a encerrar a su habitación
(( ustración de Maurice Sendax para El Gran Libro Verde, de Robert Graves (Barcelona, Lumen, 1983)
http://www.imaginaria.com.ar/2011/03/algunas-consideraciones-sobre-el-humor-el-carnaval-y-los-libros-para-ninos/
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