Recado a los adultos:
Una de las enseñanzas más importantes que podemos pasarle a
nuestros hijos es la gratuidad. Gratuidad y gratitud son palabras muy próximas y
relacionadas la una con la otra y a veces, muy difíciles de ser entendidas.
En una sociedad como la actual donde todo se compra y se
vende, en la que parece que todo tiene precio, hay algunas cosas que no
dependen de nuestro mérito, de si somos buenos o malos. No hicimos nada para
nacer en la familia en la que nacemos, para tener los padres que tenemos o la
salud con la que vinimos al mundo; simplemente fue así.
El amor en general es una manifestación de gratuidad.
Tenemos que aprender a amar sin recibir nada a cambio. Todo esto es un misterio
tan grande y maravilloso que no debemos tratar de entenderlo con la mente
La gotita Rocío.
Era una vez en un
lugar muy lejano una linda gotita de agua llamada Rocío, la cual aparecía entre los
pétalos de las flores en algunas mañanas húmedas, dejando aún más bello el jardín
de una linda princesa llamada Ana.
Todas las flores de aquel jardín querían que al amanecer el día, Rocío estuviese adornando sus pétalos; ellas creían que, de esa forma, su belleza se vería resaltada. Algunas flores
esperaban la vida entera para que esto sucediese, otras, las más afortunadas,
ya habían sido premiadas más de una vez por la visita de la bella gotita de
agua.
Rosita era una pequeña rosa que vivía en el jardín de la princesa Ana; era
una florcita muy linda, muy inteligente y muy obediente. Todo lo que ella sabía lo
había aprendido de su mamá, la que siempre se esforzaba mucho en enseñarle a su
bella hija a ser cada día más sabia. Doña Rosa, la madre de Rosita, era la flor
más admirada del jardín; su belleza era tan grande que la princesa Ana se paraba
todos los días a mirarla y decía: ¡Cómo es linda mi rosa!
Un día, Rosita le preguntó a su madre:
-
¡Mamá! ¿Te puedo hacer una pregunta?
-
¡Claro que sí hija mía! - Respondió la madre
-
¿Qué debo hacer para que mañana cuando yo despierte,
Rocío, la gotita de agua esté adornando mis pétalos? ¡Quiero ser la más linda
del jardín! – Preguntó la pequeña florcita, muy animada.
Su madre, con gran cariño le explicó:
- ¡Hija mía, todas las flores del jardín esperan lo
mismo! Todas quieren que en las mañanas húmedas Rocío
venga y aparezca entre sus pétalos, algunas sueñan la vida entera con que eso
suceda y nunca pasa, sin embargo, es ésta esperanza la que las anima todos los
días; diariamente se preparan para ese gran momento que no saben si llegará.
Rosita, un poco ansiosa, insistió:
-
Mamá, sea lo que sea ¿Qué debo hacer? ¡yo quiero
que mañana Rocío aparezca entre mis pétalos!
Doña Rosa, que era una mamá muy
comprensiva, le explicó nuevamente:
-
Hija mía, no depende de lo que hagas, Rocío
llegará y escogerá la flor que ella quiera; sólo tienes que esperar y estar
preparada para cuando ella lo haga.
Rosita, la pequeña flor, no entendió
muy bien lo que su mamá le había dicho y
ese día vio el tiempo pasar con la esperanza de que al día siguiente, muy temprano por la
mañana, la hermosa gotita de agua la hubiese elegido para adornar sus pétalos. Casi no durmió de tanta ansiedad
en esa noche; de repente el sueño la venció
y parecía que en un piscar de ojos ya había amanecido. Rosita busco a
Rocío, la gotita de agua, pero ella no estaba; De hecho había otras gotitas adornando sus
hermosos pétalos, pero no Rocío.
Mientras Rosita lloraba triste,
escuchó unos gritos de alegría del otro lado del jardín. Era un hermoso clavel
que estaba teniendo el día más feliz de su vida. En esta madrugada Rocío la
había venido a visitar y la belleza de esa linda flor resaltaba todavía más.
La presencia de la gotita de agua no duraba
mucho tiempo; ella solamente se quedaba hasta que los rayos del sol se hacían
más intensos y simplemente, silenciosa, la gotita desaparecía.
Doña Rosa escucho a su hijita
llorar, se acercó a ella, le hizo cariño y le explicó nuevamente que Rocío volvería en la siguiente mañana húmeda y que
no sólo ella, sino que todas las flores del jardín esperaban ansiosas su
visita. Ese día Rosita lo pasó inquieta, esa noche durmió mejor. Día a día,
ella fue entendiendo que hay cosas que no dependen de lo que hagamos o dejemos
de hacer; hay cosas que simplemente suceden.
Era una mañana de septiembre cuando
Rosita despertó inquieta sintiendo que algo diferente estaba pasando; los
primeros rayos del sol le mostraron la sorpresa. En ese día, ella no solamente era la rosa más linda del jardín, sino también la más feliz. Una linda gotita de
agua adornaba uno de sus pétalos; finalmente Roció, la más bella de todas, la
más delicada, sencilla y hermosa la venía a visitar. La pequeña flor llamó a su
madre bien bajito, como con miedo de que Rocío de repente desapareciese.
Su madre despertó asustada.
-
¿Qué te pasa Rosita?
Su hija le hizo un gesto con el
dedo de silencio y le mostró a Rocío. La mamá muy feliz contempló la hermosura
y la alegría de su hija.
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