Ivo no era un niño común y
corriente, el se sentía llamado a ser un campeón. A veces porque desde pequeño
había visto a su padre en el tatami conquistando victorias, trofeos o medallas;
o tal vez porque su madre, después de haber dejado de jugar vóley
profesionalmente, ahora entrenaba al equipo de la universidad.
Sus hermanos no eran diferentes y
continuaban la tradición familiar, trayendo por lo menos una medalla por mes
para aumentar el acervo de la sala de trofeos de la familia. Fue en este ambiente que Ivo creció; el menor
de la familia siempre se vio rodeado de pelotas, instrumentos deportivos,
noticias en los periódicos y diversos entrenamientos.
La salud era una preocupación
desde siempre en todo lo que la familia hacía, principalmente en la
alimentación. Frutas, verduras, poca grasa, cereales y todo aquello que a la
mayoría de los chicos les causa desagrado, hacían parte del día a día. Los
padres de Ivo incluso se daban el tiempo de tener una pequeña huerta en casa lo
que hizo con que desde antes de aprender a caminar el pequeño descubriera el
placer de pasar al lado del tomatero y arrancar una fruta para ensuciarse entero
sintiendo el jugo por entre los dedos.
Desde bebé se veía que Ivo tenía
algo especial; parecía que sentía placer en ser el primero, el mejor, el que
hacía las cosas más rápido y tenía alguna dificultad para poder soportar la
derrota o la frustración de no conseguir hacer algo. No era que sus padres lo
educasen de esa forma, por el contrario, formaba parte de los diálogos durante
los almuerzos en familia las enseñanzas del cómo saber ganar es tan importante
como saber perder; pero parece que a Ivo le costaba un poco entender esta
lección.
Los primeros relatos vinieron de
las profesoras de la sala cuna, donde Ivo pasaba parte del día cuando sus
padres tenían que ir a trabajar. Las tías resaltaban todas las virtudes del
pequeño, que no eran pocas, pero llamaban la atención para los berrinches que
hacía siempre que no ganaba en algún juego, o cuando la pintura de otro amigo
era elogiada más que la de él.
El tiempo fue pasando, Ivo fue
creciendo y sus padres siempre acompañando su desarrollo y llegó la edad en que
comenzó a practicar deportes como natación, Judo y fútbol. En todos ellos se
veía el empeño del chico por salir victorioso. Eran famosas las pataletas en
los entrenamientos de fútbol cuando el equipo en el cual él había sido escogido
para jugar no ganaba; y no fueron pocas las veces en que él se recusó a jugar
en un determinado grupo porque era el que juzgaba en desventaja. Cada vez que
esto sucedía, los padres del chico se sentaban y conversaban con él, pero
parecía que nada se resolvía.
Ivo tenía siete años cuando participó de su
primer campeonato de natación y fue clasificado para la final; toda la familia
estaba presente en la piscina para animar al pequeño, pero sobre todo para
apoyarlo si no lograba conquistar la victoria, pues era ésta aún su dificultad
más grande.
Un poco por la ansiedad, otro
poco por el nerviosismo y otro por la simple superioridad del adversario, el
resultado de la competencia dejaba a Ivo en el segundo lugar; el chico
simplemente no paraba de llorar y se recusaba a subir a coger su medalla. Toda la familia del pequeño fue junto con él
para recibirla, sin embargo el chico no esbozó ni la más tenue sonrisa.
Durante todo el camino de vuelta
para casa había un gran silencio dentro del coche y tanto el padre como la
madre de Ivo estaban pensando en lo que deberían hacer para darle una buena
lección al pequeño. Ellos sabían que saber perder hace parte de la formación
del deportista.
Todos los hermanos del pequeño
estaban habituados a escuchar lo mismo de sus padres delante de cualquier tarea
que tuviesen que ejecutar, desde las más simples a las más complejas. Cada vez
que uno de ellos se aproximaba a uno de los progenitores con una tarea
realizada, ciertamente para tener la aprobación o hasta para ganar una recompensa,
recibía la siguiente pregunta
-
Hijo, ¿has hecho lo mejor que has podido? No
respondas de inmediato, piensa - decían sabiamente los padres.
Muchas fueron las veces en que
los hijos volvieron y rehicieron las tareas sin necesidad de que los padres los
mandasen, simplemente, porque sabían que podrían hacerlo mejor. Nada mejor que
el ejercicio de la propia conciencia para indicarnos el tamaño de nuestro
esfuerzo.
En otras ocasiones los hijos
respondía.
-
Sí papá, he hecho lo mejor que he podido –
En ese momento una sonrisa
gigante surgía del rostro del padre o de la madre y dando un abrazo del tamaño
del mundo decían.
-
Hijo, has hecho de mí la persona más feliz del
mundo, ¡estoy muy orgullosos de ti!
Era esa la lección que los padres
de Ivo siempre habían pasado, de cómo es importante el máximo esfuerzo, no para
ganar y sí como una forma de realización personal; era la forma de enseñarles
que el primer obstáculo a ser superado, muchas veces, es nuestra pereza,
nuestro miedo o las ganas de esforzarnos el mínimo posible.
En aquella tarde, cuando volvían
de la piscina, los padres de Ivo se daban cuenta que la lección no había sido
aprendida. Al estacionar el coche el padre grito
-
¡Tengo una idea! ¡Todos a la sala!
Inmediatamente todos se
dirigieron a la sala para ver qué es lo que el padre quería. El pequeño Ivo
estaba todavía muy triste y no tenía muchas ganas de participar de esta
actividad, pero se animó un poco cuando vio que su padre le estaba entregando a
cada uno un globo de colores muy llamativos.
-
¡Vamos a inflarlos! Dijo el papá, ¡Será
divertido!
Fue así que todos lo hicieron,
incluso Ivo y todos se daban cuenta que la preocupación del pequeño era de que
su globo fuese el más grande; lógicamente que el papá ya esperaba esta actitud
del pequeño. Intencionalmente, el padre continuaba inflando el globo y veía
como Ivo era el único que también lo hacía, ante la mirada curiosa del resto de
la familia.
Finalmente, cuando el padre llegó
al límite de su globo, sucedió lo que se esperaba, el de Ivo se reventó y todos se asustaron con
el estruendo, principalmente el pequeño que como ya estaba sensible por lo que
había pasado en la competencia se puso a llorar.
Todos se sentaron con sus globos
en la mano y esperaron que Ivo se calmase un poco. Cuando esto sucedió dijo el
papá
-
Ivo ¿Por qué lloras?-
-
Porque me asusté papá – Dijo el pequeño aún sollozando.
-
¿Sólo por eso? Preguntó la mamá.
-
No, también porque soy el único que ya no tiene
globo.
-
¿ Y por qué no tienes globo? Le preguntó el padre
-
Porque se me reventó, pues quería que fuese el
más grande de todos.
-
Ese es el problema Ivo, ni siempre seremos los
mejores, no siempre nuestro globo será el más grande, no seremos siempre los
más fuertes, ni los más hábiles, ni nuestro equipo será siempre el que va a
ganar. Lo que siempre tenemos que hacer es dar nuestro mejor, pero siendo
conscientes de que, como el globo, tenemos un límite y que si lo pasamos,
podemos reventar. Toda la familia tiene mucho orgullo de ti, Ivo, pues siempre
tratas de dar tu 100%, pero a partir de hoy tu tarea es otra, debes empezar a
aprender a perder, aprender a que no siempre serás el mejor. Tal vez esta sea
la principal lección del deportista.
Parecía que en
aquel momento realmente Ivo había entendido lo que su padre durante mucho
tiempo trataba de enseñarle. Algo estaba diferente en la mirada del pequeño.
En las
siguientes semanas un gran cambió empezó a dibujarse en la vida del chico; los
profesores se daban cuenta que él se había transformado en un niño mas
colaborativo y menos competitivo. En el equipo de fútbol esto empezó a hacer
toda la diferencia, pues todo el equipo empezó a confiar más en él y el trabajo
en equipo empezó a dar frutos.
No podemos
decir que todo se transformó de la noche para el día, algunas veces todavía hoy
Ivo tiene dificultades para aceptar las derrotas, pero por lo menos ya no hay
más berrinches.
Es bueno
recordar todo esto ahora, segundos antes en que se inicie el partido de la
final del campeonato nacional de los colegios. El pequeño Ivo, ahora con 13
años fue escogido por sus compañeros para ser el capitán del equipo. Toda la
familia está aquí para poder celebrar las victorias de un gran deportista
Y colorín
colorado, este cuento se ha acabado
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