terça-feira, 24 de março de 2015

Eliezer, el niño que no quería comer


Había una vez en un lugar muy, muy distante un niño que se llamaba Eliezer. El tenía más o menos unos ocho años, pero parecía que tenía menos, pues era muy flaquito y pequeño, hasta parecía que se iba a quebrar o que si viniese un viento muy fuerte se lo podía llevar.
No es que él tuviese alguna enfermedad, lo que pasaba era que Eliezer era muy mañoso para comer desde muy pequeñito. Él sólo quería comer dulces, panes, papas fritas y era prácticamente imposible que alguien lo obligase a comer frutas, legumbres y verduras.
Muchas veces su madre o su padre habían tratado de que el por lo menos probase estas cosas, sin embargo el niño hacía un gran escándalo, lloraba, gritaba y como si todo esto fuese poco, le hacía tanto asco a la comida que acababa vomitando. Sus padres ya cansados con la actitud del niño decidieron que en algún momento él se vería obligado por sí sólo a tener que comer las frutas y legumbres.
Muchas veces los padres ya le habían dicho que se iba a enfermar, que se estaba quedando pequeñito, que se le notaba sin fuerzas, que iba a afectar su concentración y todas aquellas cosas que están relacionadas a nuestra buena alimentación, sin embargo nada de esto hacía con que el pequeño cambase de opinión.


Querido lector: ¿Qué te parece a ti la postura de los padres de Eliezer?

Realmente Eliezer se daba cuenta de que estaba muy débil, ya no tenía muchas fuerzas para poder correr, o para jugar al fútbol, se cansaba con facilidad y a veces le dolía todo el cuerpo, sin embargo el niño era porfiado y muy taimado, entonces no daría el brazo a torcer.
Las cosas empezaron a cambiar en el día en el que fue a la escuela y en el camino ya no se sentía muy bien, parecía que todo estaba rodando; sin embargo no dijo nada, pues si hablaba iba  a escuchar las mismas cosas de siempre: que tienes que comer de todo, que no te alimentas bien, que te vas a enfermar y tantas otras cosas que eran la pura verdad pero que él no estaba dispuesto a escuchar (a veces los niños son tan porfiados como los adultos)
En ese día entró a la sala y no fue, como lo hacía siempre, a conversar con los amigos al centro del patio, simplemente fue hasta su lugar y se sentó con la cabeza baja. No estaba sintiéndose nada bien, sentía un hormigueo por todas partes.
Cuando llegó el recreo, decidió ir al baño pues estaba con muchas ganas y ni siquiera había salido de la sala cuando todo se le puso negro y de lo siguiente que se acuerda es que estaba en la enfermería, con un chichón en la cabeza y las voz de la enfermera de la escuela que le decía
-          Quédate tranquilito Eliezer, los papás ya te van a venir a buscar y la ambulancia está llegando –
Ni bien la enfermera había acabado de hablar, el niño o por el susto o por el golpe, o por las dos cosas juntas se desmayó de nuevo.
Cuando abrió los ojos  estaba en el hospital, lleno de mangueritas y con los padres a su lado.  les preguntó qué es lo que había pasado y ellos le explicaron que el médico había mandado a hacer un montón de exámenes, pero que probablemente estaba con un poco de anemia y con las defensas extremamente bajas, debido a la mala alimentación.
Los padres de Eliezer estaban extremamente avergonzados, pues los médicos del hospital los habían convocado mientras el niño aún estaba desmayado y le habían llamado la atención muy feo, pues ellos, como papás, eran los responsables por la salud del niño y por lo tanto, no era posible que el pequeño sólo comiese lo que quería.
Eliezer le dijo a sus papás

-          Ya me siento mejor, ¿nos podemos ir para la casa?

-           No, - respondió la madre – el médico dijo que por lo menos debes quedarte aquí hasta mañana.

En ese momento entraron dos médicos y una enfermera y no traían muy buena cara. Ellos traían algunos exámenes en la mano.  Entonces uno de los médicos empezó a hablar.
-          Eliezer, tenemos un problema grave; si tú no empiezas a alimentarte bien no te vas a mejorar y te vas a enfermar seriamente. En este momento estás con un peso muy bajo y estás muy chiquito; tus exámenes de sangre están muy alterados y tienes una infección. La causa de todo esto es tu mala alimentación. Por ahora te vas a tener que quedar en el hospital por lo menos una semana para que te recuperes un poco y vas a tener que empezar acá a comer frutas y verduras.
 Todos los días vas a tener que tomar un par de inyecciones y un montón de remedios, para que te mejores un poco. Sólo vas a salir de aquí cuando empieces a comer de todo y, antes de más nada, cuando aprendas a obedecer y a respetar a tus padres. ¿Estamos de acuerdo?

-          Sí, respondió el niño sollozando.

-          ¿Por qué lloras? – le preguntó el médico

-          Porque no quiero quedarme en el hospital

-          Eliezer, debes aprender desde pequeño que somos responsables por las consecuencias de nuestras acciones. Cuando optamos por desobedecer a nuestros padres, cargamos las consecuencias de aquello que estamos haciendo. Todo en la vida es así; estás aprendiendo en este momento una gran lección.
  
-          Papás, les quiero pedir disculpas – dijo el niño y ellos se abrazaron.

-          Enfermera, traiga la comida de este niño – dijo el doctor y enseguida entró una bandeja con una sopa y varias verduras  - Quiero que te lo comas todo- sentenció el doctor – Yo no me muevo de acá hasta que acabes.
Y parecía que mágicamente las mañas del niño se habían acabado, pues sin decir ni pío comió la primera cucharada de sopa y no hizo ni mala cara. Después de la primera fue la segunda, la tercera y así hasta llegar al final del plato. Luego avanzó a los vegetales, la fruta y así hasta terminar.

-          ¿Qué pasó Eliezer? – Preguntó la madre- ¿La comida del hospital es mejor que la mía?

-           No mamá, es que los vegetales, las frutas y las legumbres son verdaderamente deliciosas; lo que pasa es que nunca las había probado, o las probaba de mala gana. Ahora, como me quiero mejorar, las comí y me parecieron divinas. No se preocupe doctor, ya aprendí la lección
Eliezer había aprendido de forma muy dura una gran enseñaza. Durante esa semana él sintió mucho la falta de sus amigos, de la escuela, de su casa, de sus cosas, de su cama y de su perro. Como era tan mañoso para comer,  los sabores que conocía eran poquísimos y se recusaba a probar cosas nuevas; él ni se imaginaba la cantidad de sabores que se estaba perdiendo, pero en esos días en el hospital aprendió a no dejar nada en el plato.
Al final de la semana los exámenes apuntaron que la infección había pasado y que él había aumentado de peso, entonces Eliezer pudo volver a su casa.
Él ya no era el mismo, ahora era un chico más obediente y que escuchaba más a sus padres. Dejó los dulces y las golosinas y las cambió por frutas y verduras. Ahora es un niño mucho más feliz y saludable.

Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.

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