Enrique se acercó para poder ayudar a María, estaba
totalmente atolondrado, no sabía que hacía, que decía, si sujetaba el sombrero
que se le volaba con el viento, si le entregaba las flores, si ayudaba con la
cesta, si le daba un beso o si salía corriendo; de pronto, extrañamente, escucho
una vocecita dentro
-
¡La cesta!
Atinó entonces a ayudar a la joven mientras ella, aliviada al
no tener que cargar el peso, se dio cuenta que tendría que dar los primeros
pasos:
-
¿Son para mí? – le pregunto a Ernesto,
indicándole las flores
-
¡Sí! ¡Claro!
-
Son muy
lindas, gracias, no era necesario.
Entonces ambos empezaron a caminar en silencio hasta la
entrada del parque, el perfume de aquella mujer dejaba al chico casi sin
aliento, casi en éxtasis. Lo que a él le gustaría en aquel momento sería guardar ese instante en una
botella y taparla bien, para que no se escapase ni una partícula. Ernesto no
sabía qué hacer, nunca se había sentido así, estaba totalmente perdido y como embrujado por el encanto de aquella chica.
Entraron en el parque y caminaron medio sin sentido, parecía
que uno estaba siguiendo al otro o que se estaban dejando llevar por alguna
extraña fuerza. Llegando a bello lago, donde habían patos, cisnes y otras aves
se aproximaron a la sombra de una alta palmera, donde, sin decir nada, María se
sentó. El muchacho hizo lo mismo.
-
¡Usted me deja sin palabras! Escucho Ernesto,
quién miro extrañado hacia los lados para ver si descubría de donde venía
aquella voz. Casi sin pensar en lo que hacía repitió de forma tímida
-
¡Usted me deja sin palabras! – a lo que la muchacha
respondió con el rubor en las mejillas.
Ernesto no entendía bien lo que pasaba, sólo sabía que
resultaba escuchar y seguir aquella voz ypor su vez, Calígrafo se daba cuenta de que se estaba
haciendo entender. El resto de la tarde las cosas fueron andando más tranquilas; después que consiguieron dominar la ansiedad y el nerviosismo.
El garzón del
café se había encargado de las primeras presentaciones entonces la chica ya sabía
que el joven era un profesor de historia, que trabajaba en un colegio en el
centro, que vivía con sus padres y otras cositas.
Era muy interesante como ellos se miraban, pues uno no salía de
la vista del otro protagonizando las escenas más dulces que aquel lago ya
había presenciado. Entre sonrisas, conversaciones, coqueteos, contar un poco de la
vida, hablar del clima, comer frutas y todas las otras delicias que la joven
había preparado con tanto esmero se les fue pasando la tarde de aquel sábado.
-
Se hace tarde y está haciendo frío – Dijo María
con aire de tristeza
-
Espera un minuto por favor- dijo el joven mientras cogía un papel
perfumado del bolsillo y calígrafo ya se preparaba ansioso. Ernesto miró al
cielo como buscando la inspiración que no le sería necesaria.
Hoy no he escuchado el canto de
los pájaros, sólo tu risa
No he visto la luz del sol, sólo
la de tu alma
Nunca sentí las horas pasar con
tanta prisa
Tu presencia me refresca como la
suave brisa
El calor de tu mano me devuelve
la calma.
Ernesto dobló el papel y lo besó, antes de dárselo a la
joven; que simplemente se lo llevó al rostro y se extasió en el perfume, luego
también lo besó y lo guardó en el bolsillo.
-
¿Puedo acompañarte hasta la puerta de tu casa?
- Eres todo un caballero – Dijo la chica sin saber
que lo único que el muchacho quería era prolongar sólo más un poco sus momentos
de cielo.
Caminaron lentamente mientras conversaban como si se
conociesen la vida entera. Los dos trataban de prolongar al máximo aquellos
momentos, sabiendo que lo que querían era que durasen la vida entera. Llegando
a la puerta de la casa de María, se quedaron en silencio y la chica, un poco
tímida le pidió al joven.
-
¿Me
acompañas mañana a la misa? Después podemos almorzar juntos y así conoces a mi
mamá. La chica tiritaba al sentir el tamaño de la osadía de la invitación. ¿será que él no pensaría que estaba yendo muy rápido? se cuestionaba en su interior.
-
¿A qué horas quieres que esté aquí?
-
Puede ser a la nueve y media.
- Estaré aquí puntualmente bella dama- dijo
Ernesto haciendo una reverencia a lo que María respondió con una venia, que les
hizo caer en sonoras carcajadas. La chica le robó un beso y entró corriendo,
sin querer esperar la reacción de Ernesto quien se quedo paralizado.
María
acompaño por un rincón de la ventana, escondidita atrás de la cortina los
quince minutos en que Ernesto se quedó parado y como de repente comenzó a
caminar lentamente, como sonámbulo en dirección a su casa repitiendo como si
fuese una oración:
-
Ella me besó… ella me besó…. Ella me besó…
María estaba incontenible de
tanta felicidad, bailaba por toda la casa, cantó durante mucho tiempo, con una
voz tan dulce que parecía de querubines. Su madre no quiso preguntarle nada,
espero que la hija le viniese a contar.
- Mamá, soy una loca, lo invité a misa y después a
almorzar… y le robé un beso… ¡ Le robé un beso!
La madre no se contuvo la risa
que sólo tendía aumentar cuando vio que
la joven saltaba como una cabrita y luego comenzó a hablar rápidamente, tomada
por la emoción y la ansiedad.
-
¡Qué prepararemos para almorzar! ¿Qué ropa me
voy a poner?
-
Hija, preocúpate de la ropa que yo me encargo de
la comida.
El resto de la noche, maría se
fue a su cuarto para poder escoger la ropa, plancharla, colocarle unos
lazos y leer no sólo el mensaje de aquel día,
sino todos los anteriores que estaban guardados en una bella cajita musical.
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