Tal vez este sea el menos infantil de los cuentos que escribí hasta hoy en el blog. Fue lo que me nació para hoy y lo recomiendo para chicos desde los 10 a los 100 años
Nuestro cuento empieza cuando Ernesto, un joven de unos veinticinco años, decidió que quería empezar su trabajo dando clases en una nueva
escuela con un bolígrafo nuevo, bonito, que reflejase su estilo, que le diese
elegancia. No quería rellenar los documentos, ni mandar comunicados con
cualquier cosa, quería un boligrafo que le diese autoridad y estilo.
Fue así que aquel díase dirigió a la librería que quedaba en el
centro de la ciudad, muy cerca de la Plaza de Armas, para darse este regalo que
tenía muy merecido.
-
¡Buenos días! – saludó animado a la joven
vendedora
-
¡Buenos días! – retribuyó la joven - ¿En qué
puedo ayudarlo?
-
Por favor, muéstreme un bolígrafo; uno bien bonito
y elegante; que sea bueno, pero también no muy caro- dijo Ernesto un poco
sonrojado.
Dos minutos después estaba
el mesón con unos veinte modelos diferentes, entre los cuales nuestro
joven amigo tendría la difícil misión de elegir. Había de todos los colores,
marcas y precios y Ernesto fue cogiendo uno a uno, escribiendo, sintiéndole el
peso, preguntando si tenía repuesto, si tenía garantía y muchas otras cosas
más.
Después de unos treinta minutos de análisis se decidió por
uno muy robusto, pesado, discreto y que según la vendedora era de muy buena
calidad. Lo que Ernesto nunca sabría era que aquel bolígrafo, desde que la
joven lo colocó en el mesón junto a sus rivales, estaba seguro de que era
su vez de ganar un dueño. Aquel bolígrafo se llamaba calígrafo.
Calígrafo no era igual a los otros, hasta porque nunca él
conoció a otro que pensase, que tuviese consciencia de las cosas, que
sintiese ganas, que soñase, que fuese
prácticamente una persona. ¿Será que existía otro bolígrafo así?
Él era así desde que lo colocaron en la caja en la fabrica
en una ciudad muy distante que él no sabía muy bien dónde era. Había muchos
bolígrafos muy parecidos junto a él, pero ninguno de ellos se expresaba, se
comunicaba o, tal vez, lo hacían pero él no lo sabía. Cuando llegó a aquella
librería él trató de comunicarse con algunos otros artefactos de oficina que
había cerca de él: una corchetera, un perforador, una goma, lápiz grafito,
clips y tantas otras cosas… pero nunca tuvo respuesta.
Se dio cuenta que las personas sí eran como él, pues e
expresaban, pensaban, deseaban y soñaban, sin embargo, muy pronto supo que los humanos no saben hablar el lenguaje de los bolígrafos.
No era posible,
pensaba calígrafo, él no podría haber nacido para terminar sus días tristemente
en una repisa de librería; lo que él quería era mucho más.
Entonces, cuando Ernesto llegó a la librería y él fue tomado
por la vendedora como una de las opciones de venta, sintió que su resorte
interior se encogió todo, que la tinta que corre por su tubo se aceleró y
estaba seguro que era su gran chance. Él sabía que no era feo, que tenía
presencia y se había propuesto a si mismo que nunca decepcionaría a su dueño,
que nunca le fallaría. Todo salío conforme él lo había soñado.
¡Qué feliz se fue calígrafo junto con su dueño! Mucho más
feliz se puso cuando Ernesto pidió que no lo colocasen en la caja, que lo
llevaría consigo en el bolsillo de la camisa. En ese momento nuestro amigo
bolígrafo era el ser más dichoso del mundo.
Calígrafo no era el único feliz, pues Ernesto estaba
radiante con su compra; ciertamente aquel bolígrafo le daba un encanto al
completar su atuendo, propio de un dignísimo profesor: Un impecable terno gris, una
camisa blanquísima perfectamente engomada y planchada por su madre, uno corbata pajarito, unos zapatos negros relucientes y
un sombrero panamá. Ahorael atuendo estaba completo con el prendedor dorado de
nuestro amigo calígrafo apareciendo hacia el lado de fuera de la camisa de nuestro
elegante educador.
Fue de esta manera que él entro en el café aquella tarde
para poder exhibir a aquellos que tuviesen la suficiente sensibilidad, la
elegancia de su nuevo bolígrafo, en especial si ese observador fuese una joven y
bella señorita.
Algo mágico estaba sucediendo en aquel día; tal vez una
conspiración de las estrellas o de los ángeles protectores de Ernesto, pues, en
aquel instante, justo delante de él, una joven señorita de belleza
imposible de describir con palabras estaba sentada bien frente a sus ojos, solicitando
la presencia del garzón levantando la delicada mano, para pedir con la voz más angelical que un ser humano
pudiese tener:
-
Un té , por favor
Ernesto estaba simplemente anonadado, sin palabras,
boquiabierto. Espero algunos instantes para ver si no estaba acompañada y luego
se decidió a llamar al mesero para ver si obtenía algunas informaciones.
-
¿Conoce a esa señorita? – preguntó Ernesto
-
Depende - le dijo el mesero extendiéndole la
mano abierta y esperando la generosidad de nuestro amigo
-
¿La conoce? – le preguntó nuevamente poniéndole
un billete en la mano, que rápidamente desapareció en el bolsillo del garzón
-
Sí, ella se llama María, viene aquí todos los
días en este horario, vive en una de las casas al costado de la iglesia del
Carmen, vive sólo con su madre, no tiene novio y es prácticamente un ángel –
dijo el mesero hablando rápidamente, casi sin respirar y ni siquiera mirando
para la cara de Ernesto
Era la oportunidad de nuestro amigo de no solamente usar por primera
vez su bolígrafo nuevo, sino que también sus dones de poeta. Cogió una libretita
que siempre cargaba en el bolsillo, esgrimió su nueva adquisición y miró hacia
el techo del café buscando inspiración.
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