La pequeña Gaia esperaba ansiosa la llegada de su hermanito
o hermanita, ya no preguntaba más sobre cuánto tiempo faltaba, aunque las ganas
estaban siempre allí; su madre le había explicado que nacería después de que el
invierno pasase.
Si hay algo que no se detiene, es el tiempo. El invierno fue
pasando y la familia fue aprovechando para los preparatorios del nacimiento. Los
padres de Gaia decidieron no querer saber si era un niño o una niña, pues lo
que la Madre Naturaleza mandase, ciertamente, sería lo mejor. María tejía la
ropa ahora no sólo de Gaia, sino también del futuro miembro de la familia; José
hacía juguetes no sólo para Gaia, sino también para su hermanito o hermanita.
Todo esto no dejaba a la pequeña
Cuando llegó la primavera la pequeñita sabía que la hora se
aproximaba, además, el tamaño de la barriga de María revelaba que se aproximaba
el momento. Todos los días Gaia reservaba una parte de su día para acariciar y
conversar con el bebé que estaba por llegar; de la misma forma, al final del
día, José reunía a todos en algún lugar de la casa para contar un cuento que él
decía que ya no era sólo para Gaia, sino también para el nuevo miembro de la
familia. Eso era más un motivo para dejar a la pequeña con una pulguita atrás
de la oreja.
Un día de esos, Gaia salió a caminar por la parcela en compañía
de Cronos, uno de los perros con los que jugaba y conversaba desde que tenía
consciencia.Caminaron hasta la huerta y se sentaron bajo un árbol. Gaia estaba
pensando, de la forma toda especial en que piensan los niños de su edad, como
iría a ser tener a alguien con quien dividir la atención del papá y de la mamá;
cómo iría a ser la sensación de no ser la ya la única niña en casa, como iría a
ser tener que dividir las cosas. Pensaba todo esto mientras acariciaba a Cronos
y sin saber que desde lejos era observada por María.
Después de algún tiempo ella volvió a casa y durante el
resto del día se le notaba pensativa, preocupada. Un poco después del almuerzo
se aproximó a su madre y acariciando al bebé le preguntó
-¿Vas a tener amor suficiente para nosotros dos?
- ¡Claro que sí! Respondió la madre con una sonrisa en el
rostro que en parte demostraba la gracia que le había causado la pregunta y en
otra la preocupación que le produjo. La madre comprendió que era esto lo que
afligía a la niña y lo comentó con José, quien inmediatamente fue pensando en
la forma cómo podría explicarle a Gaia sobre la necesidad de saber dividir con
el nuevo miembro de la familia.
Más o menos a las cinco de la tarde, la niña oyó el llamado
insistente de su padre
-
Estoy aquí papá - Dijo la niñita levantándose de
un salto, pues estaba recostada sobre Cronos, mientras jugaba con unas hojas secas
de diferentes tamaños y formas que había recogido en el patio y guardado en una
caja.
-
¡Vamos a pasear! Dijo José animado, sabiendo que
eso le iba a encantar a su hija.
-
¿Dónde
vamos papá?
-
Ya lo verás
Y salió el padre
junto con su pequeña no sin antes despedirse de María. Fueron caminando al
principio como sin rumbo, hasta que José dijo:
-
Vamos a seguir a esa mariposa- y así lo
hicieron, lo que dejó a Gaia extremamente feliz.
-
- Observa Gaia- dijo José- La mariposa se posa
en cada una de las flores, tiene tiempo para todas, dedica atención a todas- y
se quedaron por largos instantes viendo como el bello insectos de alas
multicolores se paseaba de flor en flor.
Continuaron caminando y siguiendo
a la mariposa hasta llegar en una planicie donde había muchos árboles, algunos de ellos dando frutos.
Muchos pájaros iban a alimentarse de ellos, por lo que en el lugar había una bella
sinfonía de cantos de las más diversas tonalidades.
-
¿Quién alimenta a los pájaros Gaia?
-
L a Madre Naturaleza, papá
-
¿Ella le deja faltar algo a alguno de ellos?
-
No papá, la Madre naturaleza no le deja faltar
nada a nadie, ella es siempre justa con todos.
-
¡Bella respuesta Gaia! ¿Sabes quién plantó estos
árboles aquí?
-
Tú y mamá, ¡Seguro!
-
No Gaia,
fue la propia Madre Naturaleza que los hizo crecer aquí. Cuando llegamos a este
lugar, donde nadie había vivido antes, nos encontramos con los árboles llenos
de frutos ¿Sabes por qué no colectamos todos los frutos de los árboles y
aquellos que no vamos a consumir los vendemos?
-
No sé papá
-
Porque no necesitamos hacer eso, tenemos lo
suficiente para vivir felices. Si sacásemos todos los frutos, los pájaros no
tendrían alimento - Fíjate, la mariposa se está alejando, ¡Vamos! - Dijo el padre
Continuaron caminando y encontraron la cascada y el rio,
donde habitualmente en los días de calor la familia venía a bañarse y a pescar.
La mariposa comenzó a visitar las bellas flores que allí crecían y el padre y
la pequeña se sentaron y observaron que algunas aves se aproximaban al agua o
para beber o para bañarse. El padre le mostró a Gaia algunas marcas en el
suelo.
-
Tú ya sabes lo que son ¿no es verdad Gaia?
-
Sí papá, me lo has enseñado desde pequeña, son
las huellas de algunos animales. Esa es de un puma, esa es de un conejo, esa de
un zorro – fue indicando la chica con habilidad y seguridad.
-
Muy bien Gaia, probablemente ellos estuvieron
aquí ayer por la noche, vinieron a tomara agua ¿El agua está a disposición de
todos?
-
Claro que sí papá, el agua es generosa, como la Madre
Naturaleza, y no le deja faltar a ninguno de sus hijos.
Parecía que la educación que José y María estaban dándole a
Gaia y la forma como ella estaba creciendo, rodeada de amor, dedicación de sus
padres y en contacto con la naturaleza la hacían una niña especialmente sabia y
que en sus palabras demostraba la madurez de una niña de mucho más edad.
-
Creo que ya has entendido- dijo el padre
mientras empezaba a caminar
-
¿ Qué entendí papá? Respondió la niña.
Continuaron caminando en silencio en dirección a la casa.
Gaia se preguntaba cual era la lección que había aprendido mientras el papá
esperaba el momento preciso para el cierre de esta clase magistral que la Madre
Naturaleza les había brindado.
-
Gaia, con la misma generosidad con que la
mariposa se posa de flor en flor y con la paciencia de las flores para esperar
su visita; con la providencia con que la Madre Tierra alimenta a cada uno de
sus hijos sin dejar que les falte nada y con la prudencia de los pájaros que
saben dividir lo que la tierra les da. Con la humildad del agua que está
disponible para que todos puedan saciar su sed. Hija, con esa generosidad, paciencia,
providencia, prudencia y humildad que nos muestra la naturaleza, es que tu
madre y yo vamos a cuidar de ti y de tu hermanita o hermanito, sin dejar que
les falte nada de lo que necesiten; principalmente el amor, a ninguno de los
dos. Hija, el amor y el cuidado no se dividen, ellos se multiplican para poder
cuidar.
Si la naturaleza cuida de todos con el
mismo amor, así también tu mamá y yo vamos a cuidar de los dos dando a cada una
conforme lo que necesiten. No te preocupes, pues nada te va a faltar, sin
embargo vas a tener que aprender no a dividir y sí a multiplicar. Así como la
naturaleza, vas a aprender a ser humilde, paciente y disponible para todos.
-
Creo que entendí papá ¿Las respuestas a todo
está en la naturaleza? Preguntó la niña
-
Hay
preguntas que deben ser respondidas por ti y no por mí, mi pequeña – dijo el
papá.
Al entrar en casa, María los esperaba curiosa.
-
Ella está preparada para recibir a su hermanito –
le dijo José.
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