Un día Gaia despertó más temprano que de costumbre y fue
inmediatamente hasta dónde estaba su hermanito Inti para esperar que abriese
los ojitos, como lo hacía todos los días; fueron pasando los minutos y nada de
Inti despertar y como la paciencia no es una de las virtudes de nuestra amiga,
se aburrió de esperar y decidió ir hasta la cocina, pues estaba con un poco de
hambre.
En el camino se fue dando cuenta que el día estaba apenas
comenzando y que , por lo tanto, nadie en la casa había acordado todavía, lo
que le pareció una excelente oportunidad para demostrarle a sus padres como
ella ya era grande y responsable, además de independiente. Para esto estaba dispuesta a prepara ella misma su
desayuno.
Entró en la cocina y el primer obstáculo que debía enfrentar
era alcanzar la altura para poder encender la luz, estaba oscuro, entonces no consegía ver dónde estaban
las sillas de la cocina, las cuales le podrían servir de ayuda. Entonces fue
hasta la sala y cogió un gran almohadón, lo colocó en el suelo y subió sobre
él, entonces se dio cuenta de que la altura aun no era suficiente. Volvió a la
sala y trajo otro gran almohadón el cual colocó sobre el anterior y luego se
encaramó con dificultad y ahora sí pudo encender la luz.
El segundo paso sería alcanzar su tazón que estaba encima
del armario, para eso le pareció que ahora podría usar una silla. La arrastró
con dificultad y se subió encima, se puso en punta de pie y consiguió alcanzar
su tazón, sin pensar en el peligro que estaba corriendo. Encima de la silla y
con el tazón en la mano se dio cuenta que la dificultad ahora sería bajar de la
silla sin dejar caer el tazón, por lo cual, necesitaría de atención y cuidado;
entonces sujetó firme la taza con una mano y con la otra se apoyó para poder
bajar; el balance era que, hasta el momento, no había sido tan difícil.
Silenciosa fue hasta la huerta y cogió unas frutas para
comer, luego, volviendo a la cocina, su intención era lavar las frutas, sin
embargo, más una vez el problema de la altura en que estaba la llave de agua no
le permitía ejecutar esta misión sin la ayuda de la silla. Así lo hizo, sin
darse cuenta una vez más, de los peligros que estaba corriendo.
Ya tenía la taza, las frutas lavadas, ahora faltaba la
leche. Ella sabía que si su padre no había despertado todavía, aun no había
ordeñado la vaca, pero también sabía que siempre dejaba un poco almacenado en el refrigerador; esto
sería lo más fácil, pues ella conseguía abrirlo, con lo que ella no contaba era
que la jarra con leche estaba en la última bandeja, la cual era demasiado alta ,
incluso si se ayudase de la silla.
Llevó la silla hasta el refrigerador y después de subir en
la base, ella se encaramó en el respaldo para poder alcanzar la jarra; No fue
tan difícil, aunque le dio un poco de miedo y no fue tan fácil equilibrarse. Ya
había cumplido con su objetivo cuando entró su madre en la cocina, pues había
despertado, ido en busca de Gaia y sentido falta de ella en su dormitorio; al
sentir ruido en la cocina supuso que la pequeña estaba aquí. Al ver la escena
de la niña sobre el respaldo de la silla con la jarra en la mano, la madre no contuvo
el grito de espanto:
-
Gaia - Con
lo que la niña dejó caer la jarra, se desequilibró y habría caído si no fuese
que su madre consiguió sujetarla.
La pequeña estaba muy asustada por lo que había sucedido y
por el grito de su madre, con lo que se puso a llorar. Con el ruido del grito y
el llanto de Gaia, José despertó alarmado y fue a ver lo que pasaba.
-
¿Que le pasó a Gaia, María? – preguntó preocupado.
-
Ha sido imprudente y no ha obedecido, pues ya le
hemos dicho muchas veces que es peligrosos que se suba en las cosas, que
siempre debe pedir ayuda y esperar a que
los adultos la supervisen – dijo María notoriamente enojada
-
¿Por qué has hecho eso, Gaia?
La niña no conseguía hablar pues continuaba llorando y sollozando,
mientras María barría los restos de vidrio y secaba la leche que estaba en el suelo.
El padre se aproximó, la abrazó y esperó que se calmase. Cuando ya estaba más
tranquila explicó:
-
Yo soy grande, sé hacer las cosas sola, no
necesito de la ayuda de ustedes, pues ya no soy más un bebé. Desperté temprano
y estaba con hambre, entonces vine a preparar mi desayuno. Lo que pasa es que
mamá ya no me quiere más, ella sólo quiere a inti y por eso ella pelea conmigo –
dijo la niña con los ojos llenos de lágrimas. La madre al oír esto se aproximó
a Gaia y la abrazó.
-
Hija, aun cuando seas adulta vas a necesitar de
pedir ayuda a las otras personas. Cuando crezcas podrás hacer muchas cosas sola
y para otras tantas necesitarás de nosotros. Me enojé contigo, por causa de tu
desobediencia, es verdad, pero fue mucho más el miedo que sentí pues estabas en
peligro; pues cuando amamos cuidamos.
Hay una dimensión del cuidado que no es tan
fácil de entender, hija mía. Muchas veces vamos a percibir el cuidado como una
llamada de atención, como un regaño o como un castigo. En esos momentos tú vas
a decir “es que mis papás no me quieren, por eso llaman mi atención” cuando lo
que sucede en realidad es que, por el amor que tienen por ti, ellos deben
cuidarte y lo que es más difícil, debemos enseñar a que tú te cuides sola.
Quiero que sepas ,Gaia, que cuando tu papá o yo tenemos que llamar tu
atención y tú te pones triste, a nosotros nos duele mucho, pero es necesario.
-
Mamá – dijo Gaia- discúlpame, es que a veces es difícil
entender el cuidado. Trataré de ser más obediente y cuidadosa y no me voy a
encaramar en las cosas, pues si hoy no me hubieses sujetado, me habría caído y
machucado.
Mientras ellas conversaban, el
papá ya había ido a ordeñar la vaca y entró en la cocina trayendo la leche
fresca y calentita. Madre e hija estaban abrazadas y Gaia había aprendido más
una lección.
-
Tomemos desayuno rápido, antes que Inti
despierte – Dijo María
-
¡ Guaaaaaa, Guaaaaaa! – se escuchaba el
estruendo en la casa
-
¡Demasiado tarde! Exclamó José.
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