segunda-feira, 20 de abril de 2015

La pequeña Gaia aprende la otra parte del cuidado


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Un día Gaia despertó más temprano que de costumbre y fue inmediatamente hasta dónde estaba su hermanito Inti para esperar que abriese los ojitos, como lo hacía todos los días; fueron pasando los minutos y nada de Inti despertar y como la paciencia no es una de las virtudes de nuestra amiga, se aburrió de esperar y decidió ir hasta la cocina, pues estaba con un poco de hambre.
En el camino se fue dando cuenta que el día estaba apenas comenzando y que , por lo tanto, nadie en la casa había acordado todavía, lo que le pareció una excelente oportunidad para demostrarle a sus padres como ella ya era grande y responsable, además de independiente. Para esto  estaba dispuesta a prepara ella misma su desayuno.
Entró en la cocina y el primer obstáculo que debía enfrentar era alcanzar la altura para poder encender la luz,  estaba oscuro, entonces no consegía ver dónde estaban las sillas de la cocina, las cuales le podrían servir de ayuda. Entonces fue hasta la sala y cogió un gran almohadón, lo colocó en el suelo y subió sobre él, entonces se dio cuenta de que la altura aun no era suficiente. Volvió a la sala y trajo otro gran almohadón el cual colocó sobre el anterior y luego se encaramó con dificultad y ahora sí pudo encender la luz.
El segundo paso sería alcanzar su tazón que estaba encima del armario, para eso le pareció que ahora podría usar una silla. La arrastró con dificultad y se subió encima, se puso en punta de pie y consiguió alcanzar su tazón, sin pensar en el peligro que estaba corriendo. Encima de la silla y con el tazón en la mano se dio cuenta que la dificultad ahora sería bajar de la silla sin dejar caer el tazón, por lo cual, necesitaría de atención y cuidado; entonces sujetó firme la taza con una mano y con la otra se apoyó para poder bajar; el balance era que, hasta el momento, no había sido tan difícil.
Silenciosa fue hasta la huerta y cogió unas frutas para comer, luego, volviendo a la cocina, su intención era lavar las frutas, sin embargo, más una vez el problema de la altura en que estaba la llave de agua no le permitía ejecutar esta misión sin la ayuda de la silla. Así lo hizo, sin darse cuenta una vez más, de los peligros que estaba corriendo.
Ya tenía la taza, las frutas lavadas, ahora faltaba la leche. Ella sabía que si su padre no había despertado todavía, aun no había ordeñado la vaca, pero también sabía que siempre dejaba  un poco almacenado en el refrigerador; esto sería lo más fácil, pues ella conseguía abrirlo, con lo que ella no contaba era que la jarra con leche estaba en la última bandeja, la cual era demasiado alta , incluso si se ayudase de la silla.
Llevó la silla hasta el refrigerador y después de subir en la base, ella se encaramó en el respaldo para poder alcanzar la jarra; No fue tan difícil, aunque le dio un poco de miedo y no fue tan fácil equilibrarse. Ya había cumplido con su objetivo cuando entró su madre en la cocina, pues había despertado, ido en busca de Gaia y sentido falta de ella en su dormitorio; al sentir ruido en la cocina supuso que la pequeña estaba aquí. Al ver la escena de la niña sobre el respaldo de la silla con la jarra en la mano, la madre no contuvo el grito de espanto:
-          Gaia  - Con lo que la niña dejó caer la jarra, se desequilibró y habría caído si no fuese que su madre consiguió sujetarla.
La pequeña estaba muy asustada por lo que había sucedido y por el grito de su madre, con lo que se puso a llorar. Con el ruido del grito y el llanto de Gaia, José despertó alarmado y fue a ver lo que pasaba.
-          ¿Que le pasó a Gaia, María? – preguntó preocupado.
-          Ha sido imprudente y no ha obedecido, pues ya le hemos dicho muchas veces que es peligrosos que se suba en las cosas, que siempre debe pedir ayuda y  esperar a que los adultos la supervisen – dijo María notoriamente enojada
-          ¿Por qué has hecho eso, Gaia?
La niña no conseguía hablar pues continuaba llorando y sollozando, mientras María barría los restos de vidrio y secaba la leche que estaba en el suelo. El padre se aproximó, la abrazó y esperó que se calmase. Cuando ya estaba más tranquila explicó:
-          Yo soy grande, sé hacer las cosas sola, no necesito de la ayuda de ustedes, pues ya no soy más un bebé. Desperté temprano y estaba con hambre, entonces vine a preparar mi desayuno. Lo que pasa es que mamá ya no me quiere más, ella sólo quiere a inti y por eso ella pelea conmigo – dijo la niña con los ojos llenos de lágrimas. La madre al oír esto se aproximó a Gaia y la abrazó.
-          Hija, aun cuando seas adulta vas a necesitar de pedir ayuda a las otras personas. Cuando crezcas podrás hacer muchas cosas sola y para otras tantas necesitarás de nosotros. Me enojé contigo, por causa de tu desobediencia, es verdad, pero fue mucho más el miedo que sentí pues estabas en peligro; pues cuando amamos cuidamos.
Hay una dimensión del cuidado que no es tan fácil de entender, hija mía. Muchas veces vamos a percibir el cuidado como una llamada de atención, como un regaño o como un castigo. En esos momentos tú vas a decir “es que mis papás no me quieren, por eso llaman mi atención” cuando lo que sucede en realidad es que, por el amor que tienen por ti, ellos deben cuidarte y lo que es más difícil, debemos enseñar a que tú te cuides sola.
Quiero que sepas ,Gaia, que  cuando tu papá o yo tenemos que llamar tu atención y tú te pones triste, a nosotros nos duele mucho, pero es necesario.
-          Mamá – dijo Gaia- discúlpame, es que a veces es difícil entender el cuidado. Trataré de ser más obediente y cuidadosa y no me voy a encaramar en las cosas, pues si hoy no me hubieses sujetado, me habría caído y machucado.
Mientras ellas conversaban, el papá ya había ido a ordeñar la vaca y entró en la cocina trayendo la leche fresca y calentita. Madre e hija estaban abrazadas y Gaia había aprendido más una lección.
-          Tomemos desayuno rápido, antes que Inti despierte – Dijo María
-          ¡ Guaaaaaa, Guaaaaaa! – se escuchaba el estruendo en la casa

-          ¡Demasiado tarde! Exclamó José.

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