En una noche fresca de verano, en una humilde casa en el
campo, la partera trajo al mundo a una linda niñita. Era la primera hija de
María y José, dos jóvenes que habían decidido dejar todo lo que tenían en la
ciudad para poder vivir de forma simple y feliz en junto a la naturaleza.
El nombre de la pequeña ya estaba escogido desde el primer
día en que hablaron de casamiento y planificaron tener hijos:
-
El nombre de nuestra primera hija será Gaia-
dijo la madre sabiendo que su futuro esposo no iba a oponerse.
El llanto de la pequeña en su primera noche trajo una
alegría indescriptible para la joven pareja. Los dos estaban consciente de la
responsabilidad que tendría a partir de ese momento.
Pero, ¿ Cómo todo esto había empezado?
José era un joven ingeniero que trabajaba en una importante
constructora en la ciudad. Desde que salió de la universidad empezó a trabajar
y conquistó muchas cosas: un coche nuevo, un departamento muy lindo, mucho
dinero, ropas lindas, una úlcera, una jaqueca que no se explicaba y mucho dolor
en la espalda.
Él sabía que tenía todo lo que alguien pudiese querer, pero
le faltaba algo: Tiempo y felicidad.
María era una importante publicista que trabajaba
prácticamente 24 horas por día, siete días por semana en una de las más importantes
agencias de la ciudad. Su nombre era
sinónimo de creatividad y genialidad, pero desde hacía un tiempo que le faltaba
chispa, se despertaba sin ánimo, andaba siempre cansada y no veía sentido en lo
que hacía; sentía que estaba en la hora de parar un poco.
Un viernes al final de la jornada de trabajo, María aceptó
la invitación de una de sus amigas y fue a tomar una bebida a un restaurante cerca
del trabajo; cuando llegaron vio que su amiga saludaba muy animada a un chico
que estaba sentado en una mesa tomándose un café.
-
¡Tanto tiempo que no te veía! ¡Desde que salimos
del colegio! ¡Creí que estabas estudiando fuera del país!
-
¡Te veo muy bien Anita! ¿No me vas a presentar a
tu amiga? – Dijo José ya interesándose en María
-
¡Claro que sí! Esta es mi amiga María, que trabaja
conmigo en la agencia
-
¡Siéntense aquí, no estoy esperando a nadie! –
dijo José
Y fue así que todo empezó. Después de ese día, sin falta,
ellos se encontraban después del trabajo; parecía que ambos habían recibido una
inyección de ánimo que era perceptible por todos. No tardó mucho tiempo para
que ellos quedasen de novios y en menos de un año estaban entregándole a todos
los amigos las invitaciones para el matrimonio. Lo que nadie esperaba era que ambos habían
decidido renunciar al trabajo y dejar la ciudad para irse a vivir al campo.
Todas las personas que los conocían creían que ellos se
habían vuelto locos, pero al verlos tan felices, se daban cuenta de que lo que
estaban haciendo era realmente lo que ellos estaban soñado.
Después del casamiento no hubo luna de miel, se fueron
inmediatamente al campo, donde iban a vivir. Cuando llegaron al lugar no había
absolutamente nada, o desde otro punto de vista, había todo lo que ellos
necesitaban: árboles, un riacho de aguas
cristalinas que cruzaba la parcela y una pequeña área plana y cubierta de
pasto, que era donde colocaron la carpa y vivieron hasta que consiguieron
juntos construir, primero, un gran galpón y luego, sin nada que los hiciese
tener prisa, la casa que ellos tanto soñaban.
Cuando María supo que estaba embarazada, ellos ya habían construido
la casa, ya tenían una huerta muy grande, varios árboles frutales, gallinas,
patos, conejos, vacas y muchos otros animales. Su felicidad ahora sería mayor
con la llegada del primer hijo, que ellos estaban seguros que sería Gaia.
José y María trabajaban para poder tener lo que necesitaban.
Habían decidido trabajar para vivir y no vivir para trabaja. Tenían tiempo para
poder pasear por el campo, andar a caballo, jugar con los perros, nadar en el
río, pasar la tarde pescando y muchas otras cosas que la mayoría de las
personas sólo puede hacer cuando está de vacaciones.
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Al día siguiente del nacimiento de Gaia los padres decidieron
salir a pasear por el campo junto con ella y mostrarle todo lo que
compartirían. María y José decían que ellos no eran dueños del lugar, que la
parcela era de la Madre Tierra y que ellos simplemente eran los responsables
por cuidar por esa parte del planeta y que la Madre Tierra, a cambio del
trabajo, no les dejaba faltar nada.
Salieron entonces a caminar José y María con Gaia cargada en
los brazos. Ellos caminaban y los animales los seguían como en una
procesión. Cuando llegaron al lugar
donde la pareja se había instalado la primera vez que llegaron a la hacienda,
donde ahora había un bello jardín con flores coloridas que los padres de Gaia
habían plantado y cuidaban con mucho cariño; aprovecharon que el día estaba
caluroso y le sacaron toda la ropita al bebe y la colocaron sobre las flores:
-
Tierra, te presentamos a Gaia, nuestra hija y tu
hija, cuídala y no le dejes faltar nada – Dijo José mirando al cielo y
abrazando a María
-
Traje al mundo a Gaia, de la misma forma en que
tú das frutos abundantes para mantener
la naturaleza – dijo María con un bello sonriso en el rostro y acariciando la
tierra.
Fue así que comenzó la vida de Gaia, rodeada de amor y de
cuidado en el mejor lugar donde podría vivir.
Desde pequeñita aprendió a cuidar y respetar toda la
naturaleza; conocía el canto de cada uno de los pájaros, conocía el nombre de cada una de las plantas, árboles y flores
que había en la parcela; los animales la conocían y obedecían su voz cuando
ella los llamaba. Eran estos animales la principal diversión de la pequeña
desde siempre, pues nunca le llamaron la
atención las bellas muñecas de trapo que su mamá le había hecho o el caballito
de madera que su papá había demorado casi una semana en construir, pues ella
prefería jugar con el caballo de verdad.
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