Laurita era la semillita de una castaño muy
grande que un día llegó hasta la selva en el Amazonas.
Laurita cayó en una tierra buena, con bastante
alimento, muy nutritiva y se puso muy feliz, pues podría crecer como los otros
árboles sin preocuparse mucho en cómo iría a alimentarse. El agua tampoco era una preocupación, pues en la selva la había en
abundancia; lo que le preocupaba un poco era la luz del sol, pues era una selva
oscura ya que los otros árboles, muy
altos, eran un verdadero techo que impedía que los rayos del sol llegasen con facilidad.
Con el tiempo Laurita fue entendiendo que era
bueno que los árboles fuesen muy altos, pues era una protección del suelo contra la
lluvia para que no cayese directamente ,
pues con la fuerza del agua, tal vez la comida que está más superficial en la superficie sería arrastrada hacia los ríos, lo que causaría otros problemas.
Extraña esa sensación de que todas
las cosas en la selva estaban muy relacionadas; era como si nada funcionase
suelto y todo dependiese de todo. ¿Quién sería el responsable por ese
equilibrio tan perfecto?
Como no había mucha luz, tendría que crecer muy
alto, mucho más alto que los otros… espera un poquito, los árboles crecen altos
porque necesitan de luz y necesitan de luz porque los árboles son altos y no
permiten que los rayos del sol pasen… pensaba Laurita bastante extrañada
El tiempo pasó y la semillita fue
convirtiéndose en un bello y grandioso árbol que servía de casa para muchos pajaritos e
insectos. En sus altas ramas se veían colgadas otras especies de plantas y Laurita
se sentía muy feliz, pues se sentía importante, útil, necesaria.
Ella sabía que ayudaba no sólo a esos animales
y plantas, sino también al planeta entero. La que un día fue una semillita que
llegó hasta la selva, hoy produce muchas semillas y frutos, los cuales serán un
día árboles tan imponentes como ella.
Pero no todo era alegría en la vida de
Laurita, pues ella veía como el hombre con su sed de ganancia derribaba otros
árboles para poder obtener madera o simplemente para tener pasto para el
ganado; muchas castañera como ella caían todos los días bajo la fuerza de las sierras; ella rezaba siempre para no ser la próxima.
El tiempo fue pasando, muchos años
transcurrieron, todo era diferente en la selva; en realidad todos los días todo
era diferente en aquel lugar: Nunca había visto un día idéntico al otro, en el
que lloviese la misma cantidad en el mismo horario, en que viese los mismos
pájaros o en que el viento corriese con la misma intensidad y en la misma
dirección ¿Cómo no encantarse con la vida? ¿ Cómo alguien podría pensar en
monotonía?
En la selva ella comenzó a entender los ciclos
de la vida: Todo nasce, crece, se multiplica y luego vuelve para el mismo lugar
de donde vino y ella sabía que con ella no sería diferente. Ya hacía tiempo que
no crecía más, ya no daba tantos frutos como antiguamente y algunas de sus
ramas ya se habían secado.
En una noche de tormenta muy fuerte, vino una
ráfaga de viento amigo que la derribó, ¡Era así que ella quería! Que la
naturaleza decretase su fin y no la mano del hombre. Ella no cayó de una vez,
fue cayendo lentamente, apoyándose en los otros árboles que estaban más
próximos y a los cuales ella había visto crecer y ayudado, era como si ellos se
fuesen despidiendo con reverencia de Laurita mientras le daban un lindo abrazo.
Al caer, algunos otros árboles más pequeños
también fueron arrastrados y se abrió en la selva un área que no estaba
cubierta por los árboles altos, lo que facilitó que muchas semillas pudiesen
brotar pues había luz abundante; Eso dejaba feliz a la vieja Laurita que yacía en el suelo de la
selva y pensaba en la relación tan
estrecha que existía entre su muerte y la vida de otras tantas plantas, animales y
árboles.
Rápidamente debajo de su tronco fueron
buscando refugio muchos insectos y animalitos pequeños, para muchos de los
cuales ella servía de alimento y Laurita se sentía feliz, pues aun en el suelo,
sabiendo que dentro de poco tiempo ya no restaría nada de ella, se sentía útil,
necesaria, ayudando a los otros, importante.
Cada día que pasaba ella se sentía más pequeña
y más feliz, pues su tronco y ramas se iban desintegrando con el paso del
tiempo, con la humedad, con el calor, con la lluvia; pero de forma increíble nada
se perdía, todo era aprovechado por el suelo: Era como si ella alimentase al
suelo de la misma forma como el suelo la alimentó un día, era como si fuese un
maravilloso ciclo.
En el lugar donde Laurita vivió hoy hay muchos
árboles y animales, todos ellos ya oyeron hablar a los más viejos sobre la
historia de Laurita, una sabia semillita que se transformó en un gran árbol y
entendió el significado de la vida.
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