quinta-feira, 16 de abril de 2015

Gaia: Aprender a saber esperar

Gaia sin duda era una niña diferente y privilegiada pues junto con la leche materna había recibido la enseñanza de que, el mismo amor que tenía de su madre y de su padre, lo tenía también de la Madre Tierra y este cariño y cuidado era recíproco.  Veía a diario y desde siempre el ritual de que, al despertar, después del beso de buen día entre ellos, juntos salían de la casa para besar la tierra y agradecer la vida.
Era evidente que la pequeña traía dentro de sí una sensibilidad diferente con las cosas de la tierra; parecía que estaba afinada en la misma sintonía, veía y sentía cosas que para otras personas pasarían desapercibidas. Gaia sentía conforto en el contacto con la naturaleza y tenía un cuidado y un cariño todo especial por ella. Muchas veces la pequeña prefería ir a dormir su siesta recostada sobre el pasto acariciando el suelo, en vez de en su camita.
Todo esto era explicable pues la niña aprendió todo lo que todos los niños aprenden y mucho más, pues había escuchado y visto de sus padres el cuidado, el respeto, el cariño y la gratitud con la tierra. María, desde que Gaia nació, la cargaba amarrada en una mantilla ,muy cerca de su pecho, mientras iba a la huerta a brindar atención a las plantas y a los árboles, mientras José hacía lo mismo con todos los animales.
Gaia fue creciendo y viviendo como si no hubiese hora para jugar, pues todo el tiempo era como si fuese una gran fiesta en el que participaban las flores, el viento, las hojas, los insectos y toda la naturaleza. Era la niña más feliz del universo pues tenía todo lo que necesitaba.
Pero, con el tiempo, comenzó a sentir falta de algo o de alguien.
No eran muchas las veces en que la familia salía de la parcela. No se preocupaban con el médico, por ejemplo, pues  tenían la suerte de que las vacunas y el control periódico de la salud de la familia eran hechos en la propia casa por el doctor que los visitaba una vez por mes. José y María casi ya se habían olvidado de lo que era supermercado, pues la mayoría de la alimentación la producían en la propiedad; de esta forma, dependían cada vez menos de las cosas de la ciudad.
Una vez a cada seis meses más o menos ellos se organizaban para comprar algunas cosas: género para hacer la ropa, algunos productos de limpieza e higiene, zapatos y otros implementos a las cuales aún no habían conseguido renunciar.
En una de estas idas a las compras, Gaia, que ya había cumplido tres años, se encantó al ver a otros chiquitines de su edad;  donde encontraba niños ella quería parar para conversar o jugar y fue así que José y María entendieron que ella necesitaba de un hermanito.
En una tarde fresca de domingo, sentados alrededor de la mesa conversaron con Gaia
-          Pequeña, queremos que tengas un compañero para que puedas jugar, que tengas a alguien a quien cuidar y con quien compartir tus secretos. Serás responsable por ayudarnos a cuidar a tu hermanito – Dijo el papa
-          ¿Dónde está? Preguntó la niña
-          En la barriguita de la mamá – respondió la madre
-          ¿Te lo has comido? Preguntó Gaia y los padres se empezaron a reír.
-          No hija mía, de la misma forma en que la tierra acoge las semillas y después de un tiempo nos da sus frutos porque nos ama, el amor del papá y de la mamá hacen que tu madre acoja la semilla y de aquí a un tiempo nacerá tu hermanito o hermanita
-          ¿él ahora es pequeñito y va a crecer? Preguntó Gaia aproximándose a la madre y queriendo sentir la barriguita.
-          Es igual que una semillita y va a crecer, de la misma forma que tú creciste dentro de la mamá, hasta que la barriguita quedó pequeña para ti y tuviste que salir de dentro de mi - Explicó María.
-          ¿Y cuándo va a llegar? ¿Va a demorar?
-          Por lo menos unos siete meses – dijo el papá
-          ¿Eso es mucho tiempo?
-          Depende Gaia
-          ¿No puede ser antes? Preguntó la chiquita inquieta
-          No Gaia - respondió enfático el papá.
El problema estaba formado, a partir de ese momento a cada instante que Gaia podía, preguntaba cuanto tiempo faltaba para que llegase el hermanito o hermanita. Los padres amaban muchísimo a la niña, pero no hay paciencia en el mundo que aguante escuchar la misma pregunta más de cien veces por día. Después de una semana y al darse cuenta que la situación iba a persistir, José decidió explicarle a Gaia de otra manera.
El padre salió con Gaia luego después del desayuno y fueron a caminar. Llevó a la pequeña hasta la huerta.
-          Hija coge un tomate y cómetelo
-          No papá, esta verde y pequeñito, aun falta.
-          ¿Y qué pasa si te lo comes hoy?
-          Es  comer fruta verde papá, no es rica, no es dulce - Desde bebé Gaia convivía con las frutas y plantas y las conocía mucho mejor que cualquier niño de su edad.
Continuaron caminando por la huerta y el papá de Gaia cogió semillas para plantarlas con la ayuda de la pequeña. Cuando terminaron el papá dijo:
-          Gaia, coge los frutos de las semillas que plantamos.
-          ¿ Qué? Papá, la semilla no tuvo tiempo de crecer.
-          ¡Pero yo quiero!
-          Papá, la Madre tierra no funciona así.
-          Aaaahhhhh – dijo el papá
Volvieron para la casa y pasaron el resto de la tarde tranquilamente. A eso de las cinco tomaron el café y luego el papá convidó nuevamente a Gaia para salir:
-          ¿ Vamos a andar a caballo?. Los ojos de la pequeña se iluminaron
-          ¿Dónde vamos papá?
-          Vamos a ver el ocaso
-          Pero es muy temprano papá, es mejor esperar.
-          No, yo quiero ahora. ¡Ocaso, ven! Gritaba el papá
-          Falta papá- decía la chica mientras galopaban
-          ¡Ocaso, ven! Insistía – hasta que llegaron a lo alto de una colina donde había una maravillosa vista y el padre continuaba gritando – ¡Ocaso ven!
-          Papá, sabes que hay que esperar ¡por lo menos dos horas!- pero era en vano, pues José continuaba gritando y fue así durante las dos horas, en que Gaia ya no sabía que hacer.
La pequeña comenzó a cansarse con el juego del papá y trató de correr para distanciarse, pero no hubo caso, pues el papá comenzó a correr atrás de ella gritando cada vez más alto ¡Ocaso, ven!
-          Gracias a dios llegó el ocaso - dijo Gaia.
-          Hija, ¿Te das cuenta? No depende de la cantidad de veces que grite, no depende de lo que yo quiero, mis deseos no son más grandes que los deseos de la Madre tierra. Ella tiene su ritmo, ella tiene su tiempo; como una buena madre prepara a sus hijos dentro de su vientre antes de entregárnoslos; los hace madurar, quedar bien dulce, estar listo. 
Lo mismo pasa con tu hermanito o hermanita, no depende de la cantidad de veces que preguntes, pues debes saber esperar el tiempo que la Madre naturaleza determinó como el tiempo necesario para que él esté listo. Tenemos que respetar los ritmos de la Madre Tierra – Explicó el papá abrazando a la niña
-          ¡Entendí papá! Aprenderé a esperar y a respetar los tiempos de la naturaleza.

Y entonces la Madre Tierra les regaló un bello atardecer.

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